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A León Werth. Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor… Así empieza uno de los libros mas leídos de la literatura universal y la que tal vez sea la dedicatoria mas conocida. Pero… ¿Quién era León Werth?

(A León Werth)

Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona grande.

Tengo una seria excusa: esta persona grande es el mejor amigo que tengo en el mundo.

Tengo otra excusa: esta persona grande puede comprender todo; incluso los libros para niños.

Tengo una tercera excusa: esta persona grande vive en Francia, donde tiene hambre y frío.

Tiene verdadera necesidad de consuelo.

Si todas estas excusas no fueran suficientes, quiero dedicar este libro al niño que esta persona grande fue en otro tiempo.

Todas las personas grandes han sido niños antes. (Pero pocas lo recuerdan.) Corrijo, pues, mi dedicatoria:

(A León Werth, cuando era niño)

 

Casi siempre que abrimos un libro para iniciar su lectura comenzamos pasando páginas que consideramos poco relevantes; queremos entrar en materia cuanto antes sin perder el tiempo. Notas a la primera edición, pasando, notas a la segunda edición, pasando, dedicatoria al duque de Béjar, no me interesa, yo quiero ver ya a Alonso Quijano luchando contra gigantes.

Sin embargo, si existe una dedicatoria capaz de cautivar a cuantos la leen esta es la de “El principito”. En mi caso, no tardé en aprenderla de memoria, y cuando encontraba alguna edición en la que la traducción no estuviera hecha tal y como la aprendí la desechaba.

Pero… ¿quién fue León Werth?

El amigo del aviador

Saint Exupery conoció a León Werth en 1931, y a pesar a las diferencias que había entre ellos (León tenía veintidós años más que Saint Exupery) no tardaron en hacerse inseparables como así demuestra la correspondencia que les unía. En una carta escrita en 1940 por el autor de “El principito” le decía: “Me gustaría que sepa lo que sabe bien; le necesito infinitamente, porque es, creo, el que más quiero de mis amigos, y además mi moral”.

La de “El principito” no es la única dedicatoria que le brinda a su amigo, pues también lo hace en “Carta a un rehén” a través de una larga misiva titulada “Carta a un amigo”.

 

León, el hombre

Werth, sufrió en primera persona las calamidades de la guerra al formar parte de la primera gran contienda del siglo XX en las trincheras como corresponsal de guerra, donde permaneció durante quince meses. Hecho que le llevó a convertirse en un acérrimo antimilitarista y libertario. Escribió acerca de la guerra que había sufrido con tal sinceridad que su obra provocó un escándalo, a lo que se añadía la profunda crítica de la política colonialista francesa y a la llegada del nazismo.

Lo que quizá no sabía es que el destino le jugaría una mala pasada unos años después con una nueva guerra.

Había nacido en un pueblo francés (Remiremont) un gélido 17 de Febrero de 1878. Hijo de un judío comerciante de telas y de la hermana de un filósofo, esto provocó que creciera rodeado de libros y de pensamientos. Entre sus amigos, además del ya citado Saint-Exupéry, se encontraban el pintor Maurice de Vlamnick y Octave Mirbeau.

Pronto comenzó a desarrollar una escritura surrealista que plasmó en sus novelas y a desarrollar trabajos de crítica de arte.

El escritor Henri Jeanson lo describió en su biografía como “libertario, pacifista, antimilitarista, servicial y generoso, a pesar de una pobreza aceptada con dignidad y buen humor”.

 

33 días durante la II Guerra Mundial

Cuando los nazis estaban entrando en París, Saint-Exúpery escribió refiriéndose a su amigo: “Quien esta noche me obsesiona la memoria tiene cincuenta años. Está enfermo. Y es judío. ¿Cómo sobrevivirá al terror alemán? Para imaginarme que todavía respira tengo que creer que, refugiado en secreto por la hermosa muralla de silencio de los campesinos de su aldea, el invasor lo ha ignorado. Solamente entonces creo que todavía vive. Solamente entonces deambular a lo lejos en el imperio de su amistad —que no tiene fronteras— me permite no sentirme emigrante, sino viajero. Pues el desierto no está allí donde uno cree”.

Sin embargo este no se encontraba en París, si no en Saint-Amour, en una aldea en Jura, región montañosa cercana a Suiza. Esta sabia decisión le permitiría sobrevivir, pues de haberse quedado en París no hubiera pasado mucho tiempo sin terminar en un campo de exterminio por su condición de judío. Lugar del que no volvería hasta 1943.

La travesía que le llevó de su París natal hasta Jura tardó 33 días, cifra con la que tituló unas de sus obras. Era una distancia relativamente cercana, sin embargo las carreteras atestadas de gente huyendo del nazismo provocó que se alargara el trayecto al volante de un desvencijado Bugatti.

Hasta que en 1955 cerrase los ojos para siempre.

Rubén Blasco

Referencias

www.abc.es

www.Wikipedia.com

www.enlacejudio.com

www.libertaddigital.com

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