¿Qué es antropología? dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul ¿qué es antropología? ¿y tú me lo preguntas? antropología… eres tú

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¿Cómo definimos la antropología? ¿Qué es y qué no es? Desde el siguiente artículo se abordan estas cuestiones y otras más en torno a una polémica que saltó en un foro de antropología y que dio pie para repensar y seguir construyendo esta ciencia.

“La poesía es un arma cargada de futuro”

Gabriel Celaya

Cualquier ciencia y/o arte están sometidas a una dualidad reflexiva en torno a los debates para componer el corpus propio ¿ciencia/arte per se? ¿O ciencia/arte como herramientas con las que mejorar nuestro entorno? En poesía, por poner un ejemplo, se observa una polémica lejana entre aquellos que promulgaban por una poesía pura, basada en la belleza de sí misma (como Juan Ramón Jiménez), y alejada de los problemas cotidianos considerados para otras prácticas mas mundanas, y aquellos que quisieron poner su talento al servicio de la sociedad como una herramienta valiosa para su transformación (sirvan de ejemplo los casos de Pablo Neruda y Ángel González, casos en los que la belleza parecía no estar reñida con sus reivindicaciones).  Los segundos achacaban a los primeros la inutilidad de la belleza por la belleza, mientras que estos a su vez se adjudicaban el poder de la “poesía pura”. Transpolando este debate a otras disciplinas como pudiera ser la arquitectura, a la hora de crear un edificio ¿qué tiene mayor importancia: su utilidad o su belleza a costa de la completa habitabilidad? Según palabras de Jean Valjean en “Los miserables” de Víctor Hugo: “lo bello vale tanto como lo útil. Tal vez más”.

Otra rama que se abre en este frondoso bosque tal vez es la de dilucidar cuándo estas reivindicaciones entran dentro de lo “políticamente correcto” aún vistiéndolas de arte (o ciencia) ¿Josef Mengele “producía” medicina? ¿o era otra cosa? ¿Podemos catalogar determinados poemarios de Ezra Pound y Manuel Machado que elogiaban el fascismo como “arte-social” o era publicidad? Por no hablar de la propia antropología, cuyo servicio al colonialismo aún arrastramos hoy en día.

Esta última no podía ser menos y quedar exenta de este tipo de tribulaciones, aunque como sucede en el resto de disciplinas, con sus propias connotaciones ¿debemos desarrollar una ciencia bien delimitada con el fin de abordar sus propias cuestiones desde una perspectiva descriptiva o por el contrario crear un corpus de conocimientos que sirvan como herramientas para cambiar el mundo que nos rodea desde un prisma prescriptivo? Si nos acercamos a la primera postura tendríamos más afinidad con Lévi-Strauss, mientras que la segunda nos llevaría a estar más cerca de otros autores como podrían ser Karl Polanyi o Marcel Mauss.

Como si tirásemos de un hilo de Ariadna antropológico, la respuesta a esta pregunta puede ser más peliaguda de lo que pudiera parecer; acercándonos a los antropólogos de poltrona por una parte o alineándonos más cerca de aquellos que armados con un cuaderno y un bolígrafo acuden a la llamada del estudio de lo social. Por otra parte también presenta implicaciones en el propio objeto de estudio ¿qué es antropología? ¿Qué no es antropología? ¿Es holista o debemos trazar una línea bien delimitada para no meternos donde no nos llaman y demostrar que nosotras somos antropólogas, pero de las serias?

La polémica saltaba por los aires cuando se publicaba en uno de los grupos de antropología una petición de change.org para que la Comunidad de Madrid no sacrificase a una vaca de un santuario animal.

https://www.change.org/p/comunidadmadrid-evitemos-que-la-comunidad-de-madrid-mate-a-la-vaca-carmen

No tardaron en aparecer comentarios del tipo “¿esto qué tiene que ver con antropología?” seguida de su posterior denuncia y eliminación de la publicación (eliminación que yo mismo llevé a cabo, dicho sea de paso).

El espectáculo (antropológico) no había hecho más que empezar.

Por una parte la réplica al post proscrito; preguntándose si la vida de un animal no es algo “antropológico”, ligando esta al “molino satánico” de Polanyi y a la era postcapitalista actual, con sus hilos invisibles y sus conexiones tácitas. Cuya postura ligaba de modo inherente antropología como ciencia-al-servicio, dando al neófito que lograra adentrarse en los conocimientos antropológicos el deber de usar su conocimiento para pasar a la acción (el conocimiento práctico antes dilucidado para que este no quede en bibliotecas polvorientas).

Al margen de lo ético de “pasar el corte del censor” a dicha petición, aún a costa de la idea de “pensamiento rígido”, en cuyo derribo se conforma gran parte de la formación de esta ciencia,  lo que interesa aquí es la siguiente pregunta ¿es la vaca (esa vaca) Antropología?

La cuestión antropocéntrica

En los últimos años han cobrado importancia posturas que podrían definirse como “antiespecistas”, pese a que sus primeras formulaciones vienen de lejos cada vez presentan mayor vigencia (y no únicamente como idea, sino también como acción) a finales del siglo XX y principios del siglo XXI.

Históricamente se había venido estudiando la relación del ser humano con los animales (o mejor dicho, con el resto de animales) desde una perspectiva utilitarista ¿de qué modo nos relacionamos con ellos? ¿Cuán útiles nos son y de qué modo inciden en la vida social? Un ejemplo de esto que casi todas conocemos es el célebre estudio de Marvin Harris en “La vaca sagrada” desde su materialismo cultural.

Sin embargo, cabe resaltar, que ya se ha desplazado al ser humano del centro de la esfera para limitar las distancias y estudiar a ambos desde una perspectiva igualitaria, reciproca y sus corrientes ligadas como el veganismo y el animalismo. La bioética, por citar un ejemplo, ya forma parte del corpus etnológico a través del estudio de las relaciones entre humanos y las diferentes especies que pueblan nuestro planeta. A esto remarcar, que estas relaciones no siempre son igualitarias ¿qué hay de las peleas de gallos, de perros? ¿de las carreras de galgos? ¿de las corridas de toros?

Los malabares del discurso

Apelando a Wittgenstein y la dificultad de que en este tipo de cuestiones utilicemos un lenguaje finito, con su carga ideológica y sus connotaciones culturales así como desde el relativismo lingüístico, la posibilidad de que este lenguaje logre moldear nuestras estructuras de pensamiento y condicionarlas. En ocasiones, como antropólogas, nos perdemos en divagaciones, en trabalenguas argumentativos en el que nos creemos capaces de justificar lo injustificable (y en el de injustificar lo justificable). Es en estos casos en los que dejamos de hablar de ciencia (o de arte, o de cualquier otro artefacto del conocimiento) para hacer malabares discursivos con el fin de lograr un fin ideológico (¿es ciencia o es ideología? ¿es el liberalismo conocimiento científico o es un discurso en torno al beneficio?) En palabras de Derrida: “Todo escrito, todo texto, tiene una agenda escondida

¿Cómo debe ser un antropólogo?

Como profesionales de lo social estamos obligados a construirnos, deconstruirnos, volvernos a reinventar según vamos acumulando (o modificando) los conocimientos a los que nos sometemos. Es por ello que en ocasiones, como tribu científica, pecamos de cierta tendencia a la uniformidad disciplinar que nos lleva a trazar moldes en base a una ideología que justificamos con teoría ¿qué fenotipia ha de presentar una antropóloga? ¿tiene el deber moral de ser indigenista, animalista, feminista? ¿ser lo contrario te inhabilita como titulado? ¿y si se adquiere una postura neutral? Por otra parte también está la cuestión de todos-los-“yo” que hay dentro de uno mismo; ser antropólogo y activista, o como el Engels comunista e industrial. Es cierto que cogemos de aquí y de allá para nutrir los diversos conocimientos que nos conforman pero a veces debemos de trazar una línea (por muy discontinua que sea) entre lo antropólogos que pudiéramos ser y el resto de facetas de nuestra vida.

Siendo uniformes, a mi parecer, corremos el riesgo de perder la crítica, y más importante aún: la auto-crítica, produciendo una ciencia hermética, con poco margen de movimiento ¿corremos el riesgo, por tanto, de convertirnos en ideología y no en la suma de unos conocimientos científicos? También podemos irnos al extremo contrario, y correr el riesgo de re-crear una ciencia sin anclaje alguno, basada en opiniones y opiniones y opiniones sin justificación alguna: pseudociencia.

El problema de dar una solución sin indicar los pasos previos

En ocasiones, al lanzar una propuesta, una petición, un argumento nos olvidamos de justificar nuestra respuesta, de relatar los pasos que nos han llevado a esa meta y nos encargamos de expresarlos a posteriori y condicionarlos a las réplicas que hayamos podido tener; es entonces cuándo toca enseñar el “cuaderno de campo” las citas y bibliografías justificando de este modo la acción que hayamos llevado a cabo. Actuando de este modo corremos el riesgo de incluir lo que debimos hacer previamente y que parezca metido con calzador, o recurriendo al punto 2, re-creando un discurso (un argumento) en torno a un problema. “La invención de una tradición”.

Las antropólogas hacemos antropología y no la antropología hace antropólogos

A veces perdemos la perspectiva y creemos subir al “crucero antropológico” para experimentar hacia dónde nos lleva y moldearnos en torno a este viaje, un viaje programado por nombres que hemos visto en libros (los Boas, los Malinowski, los Mauss…) y cuyos “dogmas” hemos de asumir para no acabar en una isla desierta. Sin embargo resulta indispensable que tomemos conciencia de que antropología es algo que se hace por sus profesionales, que se desarrolla por los mismos, que la antropología es algo que se hace y se deshace con nuestras manos y que tenemos la carga (¿?) de desarrollar nosotros mismos. Tenemos que tomar el control sobre el rumbo de ese crucero, entre otras cosas porque aquellos que lo formularon ya están muertos y corremos el riesgo de asumir una ciencia muerta si la dejamos que vaya hacia ese fin.

Conclusiones

La antropología no únicamente nos da las herramientas suficientes para analizar la vida social y sus instituciones implicadas sino que es capaz de dotarnos de unas gafas nuevas, y unas gafas con múltiples focos, para observar la realidad e interactuar con ella.  Sin embargo conviene tener en cuenta que pese a que tengamos las herramientas suficientes para observar una cuestión, y una visión “antropológica” propia para describirla no implica que sea antropología todo aquello que miramos (como el Rey Midas que cuanto tocaba convertía en oro). Que podamos tomar prestado un objeto de estudio no significa que forme parte del canon de conocimientos que forman parte de la antropología; podemos tomar una vaca, o el tabú de comerla, para estudiar la organización social en la India (pero utilizar la carne de esa vaca en forma de hamburguesa para publicitar un nuevo establecimiento de comida rápida y justificarlo hablando de las conexiones capitalistas entre vaca y publicidad está, cuanto menos, cogido por los pelos y corresponde mas bien a un argumento con un fin teleológico). Por otra parte, “esa vaca” podría ser un objeto de interés para, pongamos por ejemplo, un pintor: su forma, sus colores, la luz que se refleja en ella… Y por tanto podría constituir de vital importancia para el arte pictórico si de la supervivencia de esa vaca dependiese la irrupción en los libros de historia de arte de un nuevo maestro del siglo XXI, pero en este caso (y por muy ético que sea), no se dejará de dar clases de pintura para salvar a la vaca convertida en diva, y su salvación a sacrificio no sería materia lectiva para aquellos que aspiran a pintar cuadros.

Rubén Blasco

 

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