El alfa y el omega de la utopía: la edad de oro y el anarquismo (I)

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Con el advenimiento de la desigualdad en las sociedades complejas y la llegada de la historia, la humanidad ha tratado de hallar a través de postulados políticos y filosóficos la organización social perfecta: la utopía. No será hasta el amanecer del socialismo cuando estas ideas comienzan a cobrar un cariz pragmático dentro de la sociedad occidental. Así pues, el socialismo radical, más conocido como anarquismo, buscará una organización social que, sorprendentemente, encuentra bastantes reminiscencias en el mito de la edad de oro grecolatino, a excepción de que los clásicos enclavan la utopía al comienzo, en tanto que los pensadores anarquistas la auguran al final.

«Primero surgió la edad del oro, en la que de forma espontánea, sin defensores y sin leyes, se respetaban la rectitud y la lealtad.»– Ovidio

«Me basta el sentido etimológico: «ausencia de gobierno». Hay que destruir el espíritu de autoridad y el prestigio de las leyes. Eso es todo.»– Rafael Barrett

Introducción: historia y “prehistoria” de la anarquía

«El anarquismo filosófico es una doctrina muy antigua. Podríamos afirmar que es tan viejo como la idea de gobierno…» Así inicia Bert F. Hoselitiz[1] el prefacio de El sistema del anarquismo de Bakunin. De este modo, se da pie a la unión de dos puntos históricos: la antigüedad y el mundo contemporáneo. Para muchos puede, quizá, sonar contradictorio; no obstante, podemos rastrear estas ideas en lugares tan dispares en el tiempo y en el espacio como, por ejemplo, el estoicismo de Zenón, la escuela cínica de Diógenes de Sínope en Grecia o el taoísmo de Lao-tse en China en lo que podríamos denominar “diacronía utópica”. A través de esta serie de artículos profundizaremos el mito de la Edad de Oro a partir de los textos de Ovidio y Hesíodo y su repercusión y paralelismos en la ideología anarquista ya forjada en Bakunin, Kropotkin y Malatesta, tratando el resto de influencias filosóficas y teológicas tangencialmente.

Cuando hablamos del término “anarquismo” debemos socavar en la palabra misma, en su historia y en los pensadores que han ido moldeando y desgajando, en un amplio marco cronológico, el pensamiento ácrata o libertario. Nos encontramos, entonces, con una palabra de etimología griega (ἀναρχία, “ausencia de poder”) cuyo primer testimonio escrito aparece en Los siete contra Tebas [2] de Esquilo (467 a.C.), al que se le infiere con ese sentido peyorativo del término al igual que parece que “anarquía” o “anarquista” lo sigue teniendo a día de hoy. No será hasta los escritos de William Godwin cuando el término “anarquía” comience a romper los esquemas estigmatizados sobre la palabra y los autodenominados como tal. Godwin recoge en su libro las bases de la teoría libertaria [3] que contribuyó, junto al también precursor libertario, Pierre-Joseph Proudhon, a allanar el terreno a los grandes pensadores ácratas de la talla de Bakunin, Kropotkin o Malatesta en los siglos venideros, cuando se desarrollaron ampliamente dichas teorías, tanto de acción como de pensamiento.

En paralelo al desarrollo filosófico, la visualización utópica y las influencias históricas recibidas fueron estudiadas más profundamente a lo largo del siglo XX. El mismo Kropotkin define el anarquismo:

«Es el nombre que se da a un principio o teoría de la vida y la conducta que concibe una sociedad sin gobierno, en que se obtiene la armonía, no por sometimiento a ley, ni obediencia a autoridad, sino por acuerdos libres establecidos entre los diversos grupos, territoriales y profesionales, libremente constituidos para la producción y el consumo, y para la satisfacción de la infinita variedad de necesidades y aspiraciones de un ser civilizado.» [4]

Por otra parte, Max Nettlau precisa la tarea de Godwin y Proudhon:

«Es la emancipación intelectual, política y social, que implica la emancipación moral, y, sobre esa base, el libre desenvolvimiento de la humanidad adulta y regenerada. Godwin y Proudhon fueron, por tanto, los primeros en mostrar ese camino…» [5].

Y es que, para poder entender la historia del anarquismo, es necesario recopilar la labor investigadora, por lo menos de forma resumida, de aquellos historiadores que le dieron forma. Así, Max Nettlau, historiador y filólogo vienés, fue junto a George Adler [6], historiador alemán, de los primeros en indagar más exhaustivamente sobre las influencias previas al anarquismo en búsqueda de analogías que explicaran históricamente este juego de reminiscencias a lo largo de la historia. En Adler encontramos la primera vinculación histórica del anarquismo más allá de los textos bíblicos: Zenón de Citio, fundador de la religión estoica; y Arístipo de Cirene, fundador de la escuela cirenaica y hedonista. Kropotkin hizo acopio de ello en su artículo canónico de 1905, de igual modo que haría Max Nettlau treinta años más tarde.

Indispensable es, desde luego, –y el cual no podíamos dejar en el tintero– la labor del experto lingüista e historiador de identidad ácrata, más actual, que ha profundizado sobre el análisis histórico del anarquismo previo a la revolución francesa: Ángel J. Cappelletti. Este autor prolífico ha dejado un gran legado de obras y escritos sobre el anarquismo y la antigüedad, entre ellas Prehistoria del anarquismo (1983) en la cual congrega e identifica hipótesis, textos y raciocinios del pasado con el pensamiento anarquista actual.

Utopías: El mito de las razas, la edad de oro y la decadencia humana

La idea utópica de la sociedad humana no es una quimera inventada en épocas recientes a pesar de esta proliferación temática en el Renacimiento, el Siglo de las Luces o en el siglo XX. Cada segmento histórico dedica el pensamiento de grandes intelectuales, literatos y artistas a la visión de decadencia y exaltación humana, del caminar hacia el paraje pastoril e idílico que todos en nuestro ideario más básico contemplamos y que muchos persiguen en sus formas para alcanzar una sociedad perfecta. Casi todos conocemos la Utopía (de ahí su acuñación) de Tomás Moro publicado en 1516 y escrito, probablemente, en el 1513; o, también, en contraposición a las utopías, las “distopías” de un futuro no muy lejano como El Mundo Feliz de Aldous Huxley o 1984 de George Orwell; incluso Émil Michel Cioran le dedicó un libro, Historia y utopía, aunque caracterizado en esa prosa atormentada propia del autor.

Es curioso que, dentro de la concepción libertaria, apenas se ha recreado con la llegada de la ansiada utopía; de hecho, a excepción de renglones y pensamientos puntuales de una gran diversidad de autores, sólo en los albores del anarquismo –propiamente dicho– El Humanisferio (1858-1861) de Joseph Déjacque desarrolla la idea de una sociedad humana y su organización en el caso de que el anarquismo triunfase como sistema. Posteriormente, la escritora de ciencia ficción Ursula K. Le Guin fantasearía en sus relatos, tales como Los desposeídos (1974), la idea de una utopía anarquista en funcionamiento.

Como hemos podido leer, las utopías de todos aquellos autores tienden a ser una ficción enclavada en un futuro hipotético a partir de conocimientos teóricos sobre ideología política (libertaria en el caso de Dejacque) e, incluso, antropología (Le Guin).

Si bien nos encontramos este tipo de ficciones desarrolladas en la posteridad, en la raza áurea de la mitología hallamos un proceso a la inversa donde la leyenda enmarca estos pensamientos en lo remoto de lo que nosotros mismos consideramos antigüedad. Ya a finales del segundo milenio y principios del primero antes de Cristo en la India nacen los Vedas (himnos religiosos en sánscrito antiguo) que se transmiten oralmente y acaban siendo recogidos en el poema épico Majabharata junto a la mitología hindú en el s. III a.C. En el poema contamos con una serie de mitos que hablan de las «Cuatro Eras», de las cuales nos atañe el Satya Yuga o «Era de la Verdad» y que, como se ha dicho preliminarmente, está recogido en un fragmento del poema épico hindú:

«[…] no había pobres ni ricos; no había necesidad de mano de obra, porque todo lo que los hombres requieren se obtuvo mediante el poder de la voluntad; la principal virtud fue el abandono de todos los deseos mundanos. El Krita Yuga fue una era sin enfermedades; el paso de los años no envejecía; no había odio o vanidad, o mal pensamiento; ni dolor, ni miedo. Toda la humanidad podría alcanzar la bienaventuranza suprema.» [7]

No es el único pueblo milenario que trata este punto de vista de carácter utópico donde podemos tropezar con la secuencia mitológica que nos atañe: tenemos constancia, también, dentro del mito hitita sobre el dios KAL, en el que Alberto Bernabé [8] establece unos paralelismos entre el dios KAL, Kumarbi y Tesub con el Prometeo, Crono y Zeus de Hesíodo respectivamente; aunque el mito hesiódico abunda la complejidad en matices y crea «un conjunto mítico mucho mayor».

Se ha postulado, pues, un probable origen indoiranio [9] identificado con la influencia de diversos pueblos, como los hititas y el ciclo de Kumarbi; el zoroastrismo [10] persa y los mitos hindús, sin contar las adaptaciones en los textos bíblicos [11] o mitológicos paganos de otras leyendas de corte oriental, como el Gran Diluvio del Enuma Elish.

P. Vernant aportó su estudio sobre la división tripartita del mito de Hesíodo (realeza, guerra, labranza), donde se dilucida el esquema dumeziliano [12] de la teoría de las tres funciones para averiguar si su origen es de corte indoeuropeo. Esta tríada también se puede visualizar en el esquema de Crono-Zeus-Prometeo que bien reseña Bernabé.

Desde luego, sí son evidentes «las influencias orientales en algunas partes de los Trabajos y Días: el mito de las razas, el de Pandora, el de Prometeo; la fábula del halcón y el ruiseñor; el calendario del labrador, etc.». [13]

De esta manera, el mito de la edad de oro debe entenderse como el reflejo «en la literatura antigua de una concepción social, política y moral, un conjunto de compromisos entre el hombre, la naturaleza y los dioses que posibilita una convivencia feliz, en abundancia y piadosa. En este sentido, el mito de la edad de oro no supone un sueño, sino una utopía.» [14]

Antes de profundizar más en el aurea aetas, es conveniente proceder a un pequeño resumen del mito de las razas grecolatino a partir de nuestros dos autores protagonistas: Hesíodo y Ovidio.

Podemos iniciar el cuadro del mito en la noche de los tiempos: en la Cosmogonía hesiódica a partir de la división de aquella masa uniforme y entrópica, el Caos, da lugar a la separación de la tierra y el cielo, conformado por el nacimiento de Cosmos. Esta primera sentencia es importante por la dualidad simbólica que se nos presenta: el caos representa la primera etapa a la que pertenecerá Crono, en tanto que el orden y el consecuente cambio de era divina pertenece a su hijo, Zeus. Mientras que la primera está caracterizada por la felicidad que disfruta la humanidad, la segunda representa la decadencia del género humano. Por lo tanto, tras ser Urano destronado por su hijo Crono, llegó el reinado celestial del vástago, en el cual se creó una estirpe de seres humanos áureos[15] semejantes a los dioses salvo por su mortalidad, una mortalidad pacífica acaecida, llegado el momento, por un sueño placentero. Vivían, pues, en paz y en completa felicidad; no labraban el campo, todo el alimento crecía y manaba de la propia tierra; las enfermedades y la vejez tampoco existían, por lo que los males brillaban por su ausencia; «allí no había temor al castigo, ni siquiera sanciones legales respaldadas por códigos escritos; no había masas humilladas que miraran aterrorizadas a sus verdugos.» [16]

Hesíodo en los versos posteriores no aclara el final de esta prole, simplemente alude a ello de manera abrupta:

«Y ya luego, desde que la tierra cubrió esta raza, desde entonces ellos son por voluntad de Zeus los démones benignos, terrenales, protectores de los mortales [que vigilan las sentencias y malas acciones yendo y viniendo envueltos en niebla, por todos los rincones de la tierra] y dispensadores de riqueza; pues también obtuvieron esta prerrogativa real.» [17]

Se reanuda el texto con el resto de razas de hombres que sucederán a la estirpe dorada, clasificadas en una escala de metales [18] y su degradación, símil determinado por la decadencia del ser humano.

Se cierra este episodio legendario a través de su secuencia mitológica de la isla de los Bienaventurados [19] y la prolongación latina del mito donde la tradición romana asegura que Crono-Saturno [20] reinó en Italia cuando aún se conocía este territorio como Ausonia (Saturnia regna). Esa edad dorada queda para la religión grecolatina, en definitiva, relegada a lo divino después de haber dejado su impronta en el plano terrenal. Esto, de una manera u otra, elimina la posibilidad y la concepción de retomar el cielo en la tierra –en términos cristianos–, limitando la utopía a la vida más allá de la muerte para aquellos que hayan demostrado un camino de virtud para con los dioses.

A partir de aquí, la concepción sobre la “edad de los metales” se mantendrá a lo largo de los tiempos, siendo la de oro y la de los héroes eras recurrentes, sobre todo en elementos legendarios, literarios y discursivos de una diversidad de autores clásicos y estadistas con variaciones y percepciones individuales. Asimismo, en época clásica volveremos a contar con testimonios escritos de la utopía dorada en Platón, [21] y en época helenística con el poeta didáctico Arato de Solos en su composición sobre los fenómenos celestes Phainómena. En este último, se da la sucesión de tres edades (oro, plata y hierro solamente), concluyendo con Diké (la Justicia) entre las estrellas, lo que caracteriza al ser humano férreo con la injusticia y la hybris [22]. También interpreta que la edad de oro se debe a una agricultura con gran rendimiento de trabajo, ausencia de viajes en barco (ψόγοςναυτίλιας) y la inexistencia de conflictos bélicos.

En Roma la aurea aetas tomó un cariz propagandístico, al asimilarse al discurso político y oratorio como referencia a tiempos venideros, a la necesidad de paz en los años duros de las guerras civiles. No obstante, grandes personajes de la literatura latina tales como Horacio (Épodos XVI y Carmen Saeculare), Virgilio (Bucólicas, «Égloga IV» y Eneida VI, 791ss.) u Ovidio (Metamorfosis I, 89-150) trataron el mito de las razas, en especial la edad de oro, de una manera más despolitizada (salvo en la Eneida, que se vincula la aurea aetas con el gobierno de Augusto). En cambio, Ovidio se desmarca en su desarrollo del mito entre sus homólogos latinos; en él se preserva la influencia clara de la narración de Hesíodo y Arato, aunque con su propio estilo lírico y su visión personal de la utopía.

Será gracias a la conservación de las Metamorfosis que llegue hasta nuestros días esta versión que influenciará de manera secular al ideario humano del arte y las letras.

Con las continuas referencias, por tanto, a esta edad de oro en la literatura antigua, los estudiosos modernos establecieron la idea del mito con un tópico literario que es identificado con el nombre de locus communis [23] y que es patente, por ejemplo, en el Quijote [24] de Miguel de Cervantes.

Por último, huelga decir que no es monopolio exclusivo de la literatura, ni mucho menos, sino que podemos contemplar el mito proliferado en muchas vertientes artísticas. Así pues, la Edad de Oro copa muchas de las composiciones pictóricas del Renacimiento. Un ejemplo de ello es Lucas Cranach, que pintó en 1530 su percepción de la Edad de Oro. Es importante destacar en este punto el hecho de la misoginia en los mitos grecolatinos y, sobre todo, el que nos concierne, ya que la raza áurea sólo existe el género masculino, teniendo en cuenta que la primera mujer es Pandora –posterior a los acontecimientos del mito– la cual «procuró a los hombres lamentables inquietudes» [25]. Sin embargo, Cranach representa en su óleo un grupo de mujeres y hombres desnudos de manera integral, danzando entre ellos y disfrutando el sosiego de un mundo ideal junto «al muro inaccesible de un hortus conclusus medieval para evitar asechanzas exteriores.» [26]

Otros géneros artísticos que también han tenido presencia del mito de las razas son la poesía, la dramaturgia o la escultura; poetas tan importantes como Lope de Vega [27] o Lord Byron [28], dramaturgos y compositores como Ben Johnson y Alfonso Ferrabosco [29] y/o artistas como Wilhelm Lehmbruck [30] adaptaron a su especialidad, también, la idea de la edad de oro lo que ha hecho que trasciende en el tiempo y en las artes.

Álex García

Referencias

[1] Bert F. Hoselitiz (1913-1995), vienés, desarrolló su carrera en economía y ciencias sociales en la universidad de su ciudad natal. Cuando obtuvo el doctorado en Jurisprudencia (1937) y se vio envuelto en la II Guerra Mundial, emigró a Estados Unidos donde obtuvo su puesto como profesor de económicas en la Universidad de Chicago (1945), ciudad donde residió hasta su defunción.

[2] Esquilo: Los siete contra Tebas. La frase en cuestión es: «οὐδαἰσχύνομαιἒχουσἂπιστοντήνδἀναρχίαν πόλει.» (1035-1036) <Perseus>

[3] Godwin, W.: Investigación acerca de la justicia política, 1793.

[4] Kropotkin, P.: “Anarquismo”, Definición de la Enciclopedia Británica, p. 3.

[5] Nettlau, M.: La anarquía a través de los tiempos, p. 24.

[6] Adler,G.: Geschichte des Sozialismus und Kommunismus (1899). Historiador alemán que publicó un exhaustivo y documentado estudio de la historia del socialismo.

[7] <Satya Yuga>

[8] Bernabé, A., “Ventajas e inconvenientes de la anarquía. El mito hitita del dios KAL y sus paralelos en Hesíodo”. Isimu VII, pp. 63-76.

[9] Mairano, J., “Variaciones ovidianas: el mito de las razas en la Metamorfosis”. Circe VII, pp. 245-260.

[10] Cf. Nieto Ibáñez, J. M. (1988): «El mito de las Edades: de Hesíodo a los oráculos sibilinos», Jornadas de Filología Clásica celebradas en Valladolid. Universidad de León, León.

[11] Cf. Gn. II, 4-25. Famoso capítulo del Jardín del Edén y la creación del ser humano en el Antiguo Testamento judío. Para más información sobre las relaciones mitológicas de la Edad de Oro y la tradición bíblica del Edén véase en I. Rivers (1994): «The golden age and the garden of Eden», Classical and Christian ideas in English Renaissance poetry. A students guide, London-New York.

[12] García Quintinela, M. V. (1999): Dumézil. Ed. del Orto, Madrid.

[13] Hesíodo: Obras y fragmentos, traducción y notas por Pérez Jiménez, A. y Martínez Díez, A. p. 36.

[14] López Gregoris, R.: «El mito de la Edad de Oro en las fuentes antiguas y en el ‘Quijote’», Seminario Internacional sobre Literatura Española y Edad de Oro XXIV, pp. 173-174.

[15] Dependiendo del autor, el mito de la creación y surgimiento del ser humano de oro se atribuye a los dioses o, en especial, al titán Jápeto, vinculado al alfarero demiurgo y al ciclo de los hombres de hierro de Prometeo y Pandora. En Roma, esta época coincide con el reinado de Saturno en el cielo. Es este dios quien enseña a los mortales a aprovechar la fertilidad de los campos para obtener todavía mejores cosechas. Con él se introduce el uso de la hoz (símbolo propio de Crono-Saturno y que refiere al episodio del corte de los genitales de su padre, Urano, símbolo a su vez de la fertilidad) en aquella eterna primavera. Sin embargo, la figura negativa de Crono-Saturno se verá reflejada en muchos aspectos de la antigüedad grecorromana. Véase Elvira Barba, M.A. (2008): «La compleja figura de Crono o Saturno» en Arte y mito, 52-57 pp. Ed. Sílex, Madrid.

[16] Bakunin: «Prefacio» por Hoselitiz, B. F.,El sistema del anarquismo, pp. 7-18.

[17] Hes., Op. et Dies, 122-128.

[18] De plata, de bronce, de hierro. Aparte, Edad de los Héroes, original de Hesíodo y el mundo griego: donde los semidioses viven entre los hombres de bronce, donde sufren diversas pruebas, conflictos, periplos y tragedias.

[19] Cf. Hesíodo, Trabajos y Días, 167 ss. Véase para más información sobre la isla y corpus bibliográfico a Martínez, M.: «Las Islas de los Bienaventurados: Historia de un mito en la literatura griega arcaica y clásica», CFC egi 9, pp. 243-279. Término del makarismós.

[20] Cf. supra nota 15.

[21] Platón, Leyes 713ª (época de Crono), República 415a y  546e. ss. No obstante, Platón hace un símil entre los estamentos sociales y los ciclos del mito de las razas, por lo que al dar este uso, fundamentando la desigualdad de clases y estableciendo una jerarquía vertical en contraposición al pensamiento ácrata, punto de vista criticado ya por el propio Zenón. Asimismo, se continuará en el eje relacionado al mito y su relación con el pensamiento libertario.

[22] La justicia y la soberbia, la dicotomía Diké-Hybris que ya apuntó Vernant y que recoge Mairano (2002) junto al esquema dumeziliano; Cf. supra nota 9.

[23] Para más información sobre este tópico y su tratamiento en el «Discurso de la Edad de Oro» del Quijote véase Ángel J. Traver Vera, «Las fuentes clásicas en el ‘Discurso de la Edad de Oro’ del Quijote», en Actas de las II Jornadas de Humanidades Clásicas, pp. 82-95.

[24] Don Quijote de la Mancha, primera parte, capítulo XI. <Centro Virtual Cervantes>

[25] Hes. Op. et Dies, 96.

[26] Elvira Barba, op. cit. nota 15.

[27] El siglo de oro, Lope de Vega, 1635.

[28] The Age of Bronze, or Carmen Saeculare et annus haud mirabilis, Lord Byron, 1823.

[29] The Golden Age Restored, A. Ferrabosco, 1615 (libretto de Ben Johnson).

[30] La edad de oro, W.Lehmbruck, 1911, Duisburg, Städt. Kunstslg.

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