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“Dicen que la depresión es un exceso de pasado y que la ansiedad es un exceso de futuro. El presente es la realidad que debemos dirigir y, cuando esta nos desborda, aparece el estrés.”

En los tiempos en los que vivimos es fundamental dedicarle una mirada analítica a nuestro bienestar y salud mental. El ritmo de vida en la actualidad es abrumadoramente frenético y exigente y, como lo urgente no siempre es lo importante, acabamos descuidando la esencia de lo que nos define como humanos.

Vivimos obsesionados con la idea de que hay que aprovechar cada segundo del día y los ritmos se han acelerado hasta límites insospechados, sintiendo permanentemente que el reloj nos persigue y provocando la aparición del temido estrés.

                                  

El origen del estrés, desde un punto de vista meramente evolutivo, es satisfactorio para la especie humana ya que contribuye a la supervivencia. El sistema de “miedo-estrés” en nuestros ancestros era de vital importancia para adaptar a nuestros organismos ante cualquier desafío de la naturaleza y responder adecuadamente. Estas respuestas de evitación y de huida (por ejemplo, ante las fauces de un depredador) eran secundarias a una compleja activación de distintos sistemas hormonales que resultaban en una elevación de los niveles de catecolaminas (adrenalina) y esteroides (cortisol) y que capacitaban física y mentalmente a nuestro organismo para dar una respuesta rápida y eficaz al problema que se planteaba.

Esta ventaja evolutiva, tan adecuada para la supervivencia hace millones de años, choca hoy frontalmente con nuestro estilo de vida, tan diferente al de los primeros homínidos. Aunque pueda resultar beneficioso de entrada, contar con un sistema de activación para llevar a cabo tareas habituales que no precisarían de tal descarga hormonal resulta en estar continuamente en un “estado hiperadrenérgico” que nos causa muchos problemas. Esto es así porque ese sistema está naturalmente diseñado para que nos ayude en momentos puntuales de dificultad, como respuesta inmediata, por lo que pierde totalmente el sentido y la utilidad si está permanentemente activo. No solo no es útil, sino que nos produce muchos problemas tanto físicos (palpitaciones, temblores, elevación de la frecuencia respiratoria y cardiaca, sudoración) como mentales (estados de pánico y nerviosismo).

                                                 

En este punto podemos aclarar que el estrés está en la base de la evolución cultural y que este se produce cuando hay un choque entre las creencias y los valores de la sociedad y los de las personas. Es decir, en los humanos no hay acción sin intención y esa intencionalidad se fundamenta en el conjunto de creencias, valores y normas que se forjan a través de la cultura. Por lo tanto, es esa tensión a esa adaptación cultural la que puede producir problemas como el que estamos tratando.

Para evitar situaciones de estrés es sumamente importante aprender a “desconectar” para continuar siendo productivos a todos los niveles y, sobre todo, felices. Las técnicas de relajación y la práctica deportiva son buenísimos instrumentos para canalizar toda esta activación. En ocasiones no solo es suficiente con esto y no hay que dudar en pedir ayuda.

                                    

La educación y creencias de la sociedad actual no siempre consideran las necesidades personales de tiempo. Incluso el hecho de ser capaz de trabajar bajo presión se considera una competencia de alto desempeño en muchas organizaciones. Sin embargo, lo que puede ser una ventaja en un momento puntual se transforma en inconveniente si esa presión se mantiene en el tiempo. Ahí aparece el estrés, no tanto por la falta de ese tiempo, que también, como por la pérdida de control emocional. La fórmula clave es aprender a escuchar nuestras necesidades y encauzar esa información que nos proporciona el cuerpo para tomar las riendas de nuestras vidas.

                                             

                Marta Valle Carbajo

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