Ganando mano, practicando la reciprocidad en el momento de la muerte

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Tuve la oportunidad de vivir varios años en distintos momentos, con una mujer de la huasteca baja en el Estado de Veracruz, México. En el pueblo del Anono. Este relato es parte de muchos otros, que esta mujer compartió conmigo.

Esa mañana estábamos desayunando, aunque jamás la escuche decir vamos a desayunar, ella decía vamos a tomar café.  Sentada junto al fogón, envuelta en su rebozo rosa, atizaba la leña, mientras el café hervía en una lata, a un lado tenía ya preparados los vasos de vidrio que un día fueron veladoras encendidas a algún santo. Tomábamos un café aguado endulzado con pilón (dulce de caña) ella decía que era café de basuritas.

Era el mes de diciembre y hacía mucho frío. Me estaba dando instrucciones de lo que yo tendría que hacer durante el día porque ella se iba a la milpa y se negaba a que la acompañara, decía que eso era muy duro, para estar todo el día en el alto (cerro).

Parecía que sería un día como cualquiera, hasta que de pronto, se escuchó la campana de la iglesia. La campana solo sonaba cuando se llamaba a misa los domingos, cuando se leía el rosario los miércoles y cuando había difunto. Esa mañana repicaba por esto último.

Ella dijo: hay difunto. Guardó silencio un momento y volvió a decir es difunto grande. Yo, le pregunte; ¿cómo sabe que es difunto grande?  La campana llama a doble, dijo. Se dio cuenta que no entendí y, me explicó. Cuando la campana suena doble vez es que es difunto grande y cuando suena espaciado es que es difunto pequeño.

No tarda nos vamos a dar cuenta quién es. Pero yo ya me imagino, anoche cantaba la lechuza bien cerquita y estos días de veras me dolía la cabeza; tiene que ser de la familia.

De pronto se escuchó una voz; ¿la namo madrina? Dios te bendiga, contestó ella. No más le vengo a decir que acaba de fallecer papa tacho dijo él.

¿Acaba de fallecer? Dijo ella. Sí, toda la noche lo velamos y ya amaneciendo se terminó poco a poco dijo él. Bueno dijo ella: ahora voy. ¿Ya lo tienen en la tierra? Volvió a preguntar ella. Sí, pues de prestito fueron a avisar a don rey, porque de veras pedía que ya lo tendieran, no quería irse sin sentir su tierra, como llamaba a doña Santa.

Intercambiaron unas palabras más y ella dijo: vete pues que ahora te necesitan allá.

Yo la miré. Entonces me dijo; vamos a lavar maíz. Se murió mi padrastro. Yo, intenté decir alguna palabra de aliento, pero solo la miré una vez más. Entonces me dijo: mi madre se fue de la casa cuando yo era bien chamaca, ya te conté, no quería a papá. Se fue sola, nosotras nos quedamos con papá. Ella no tuvo más hijos, pero ni así nos llevó con ella. Siempre íbamos a verla, llegábamos a su jacal y nos parábamos en el quicio de la puerta, hasta que ella nos decía que pasáramos. Don tacho siempre fue buena gente con nosotros.

Entonces yo pregunté: ¿qué vamos a hacer? Ahora vamos a prepararnos para ir a acompañar, aquí se tiene por costumbre llevar algo de comida para la familia, porque se tiene que dar de comer a todos los que van a  acompañar.

¿Aunque no sean amigos? Cuando alguien muere no importa la amistad, lo que importa es acompañar a la familia, el muerto; muerto esta, ese ya no ve, a estas horas ya está dando cuentas. Pero la familia esa es la que se queda, la que siente la pérdida, la que tiene que andar volteando para un lado y otro. Se tiene que mandar a hacer la caja para enterrarlo, sino se tiene madera de cedro, se tiene que ver quien la quiera dar. Esa madera no se vende; nadie vendería madera para hacer una caja a un difunto. Se puede vender cuando se está vivo, yo ya tengo en el tepanco (altillo que se usa para guardar grano) mis tablones, hace tiempo que mande a cerrar un cedro que tenía. Yo las tengo para que mis hijos no anden apurados buscando quien me quiera dar la madera. A veces el muerto ya se está apestando y nada que terminan la caja.

Una vez que se tiene la madera el carpintero tiene que hacer la caja, a veces tarda casi dos días, dicen que cuando las maderas de veras no encajan, es porque el difunto todavía está recogiendo sus pasos. Cuando uno muere tiene que recoger sus pasos, de todos los lugares donde uno fue, por eso también se tarda agonizando, yo por eso cuando voy a visitar a mis hijos, que viven tan lejos, yo me traigo todo mi pelo. Si, cuando me peino lo junto y lo traigo, llegando aquí lo entierro, yo no quiero andar penando, por eso ahora ya no salgo de mi rancho, no me quiero morir lejos y que me vayan a enterrar lejos de aquí y en una caja de esas de lata.

Aquí cuando uno se muere, lo primero es bañar al difunto, si es varón, les toca a los varones, pero no pueden hacerlo sus hijos, los hijos no pueden ver al padre desnudo. Si es mujer, pues son las mujeres las que se encargan, pero no las hijas. Luego se le viste y se le arregla, si, así con la mejor ropa. Entonces ya las mujeres limpiaron el cuarto donde se le van a velar, se barre bien el suelo y se hace una cruz con ceniza, ya cuando está listo se tiende al difunto para que lo reciba la tierra. La caja es color azul, el color de la serpiente pijchal (la forma de Quetzacoatl), ella lo guiará hasta llegar a su lugar de reposo. Entonces empieza a llegar la gente, las mujeres con sus canastos de maíz, arroz, pollos vivos, aceite, frijoles, manteca, hojas de papatla (hojas parecidas a las de plátano), café. Todos llevan algo para ayudar. Los varones llevan tabaco, aguardiente, para pasar la noche. Las mujeres cocinan y los hombres velan el cuerpo, hacen la fosa donde va a ser enterrado. Dicen que a veces por más que escarban, no más no avanzan, eso quiere decir que el difunto todavía no está listo. Cuando sacan la caja rumbo al cementerio lo cargan los hombres, nunca una mujer carga una caja. Los hombres no pueden ser de la familia del difunto. Para despedir el alma se coloca un gallo encima de la caja y sale volando cuando alzan la caja, después ese gallo se hace en zacahuil (tamal) para los nueve días y se ofrenda en el cementerio. Los antiguos hacían rezos en huasteco, ahora, a veces se les pasa a la iglesia. Yo cuando me muera no quiero que me lleven a la iglesia.

Con todos estos antecedentes llegamos al acompañar como ella dice. Para mi sorpresa lo que me encontré ahí fue una especie de fiesta, había gente de todas las edades, las mujeres preparando comida, los hombres bebiendo aguardiente y fumando. Yo intente ver al difunto, me di un paseo por todos lados hasta que en un jacal (casa de barro y techo de palma) lo vi, estaba en el suelo, era un viejecito pequeño, tan pequeño que parecía un niño arrugado, vestido de blanco, con sus botines negros de tacón, relucientes, tenía sus manos juntas en el pecho, sostenía entre ellas una figura de palma. Había un pañuelo rojo a sus pies con cuatro veladoras, una en cada punta. Después me explicaron que simbolizaba los cuatro rumbos. Había en el centro un vaso con agua y un sahumador del que salía un poco de humo con olor a copal.  Me sorprendió que estuviera ahí solo. Después me explicaron que no estaba solo, la tierra lo estaba recibiendo. Cuando lo pasaron a la caja, entró ella, con un sahumador en la mano, empezó a hablar en su lengua, entonces entro la familia y después poco a poco la gente. En ningún momento vi lágrimas. Ella me dijo que cuando muere un viejito, el dolor es distinto, se entiende que ya le tocaba, que ya había cumplido su camino, se acepta que tenía que partir.

Dos días duró el velorio, después de enterrar al difunto nos fuimos a casa. Llegamos y ella dijo; agarra ti tina  (barreño) nos vamos a bañar a la zanja (río) tenemos que quitarnos los malos humores, para que no nos gane la sombra el difunto. De camino a la zanja ella cortó unas ramas de un arbusto, con las que posteriormente nos rameamos y las tiramos en un lugar que le llamaban el munimento; en ese lugar se hacían ofrendas, para ella era un lugar hechizado, todos evitaban pasar por ahí, a no ser que fueran a dejar alguna ofrenda, o tirar restos de algún ritual.

Mientras caminábamos me dijo; recuerda siempre que cuando alguien muere se tiene que acompañar. No al muerto, sino a la familia. Es muy importante hacerlo, porque todos vamos para allá y uno tiene que ganar mano para que los que se quedan no estén solos. Esto es así, muchos de los que estuvieron, nunca visitaron al difunto en vida, pero estuvieron ahí. Cuando otro muera pasará lo mismo. Pues ya ganaron mano.

Ganar mano, es dar alimento, compañía, apoyo. Esperando recibir lo mismo cuando se necesite.

                                                                   Aracely S. Cruz

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