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Después de la revolución mexicana, vino el reparto de tierras, reparto que no incluyó a las mujeres. Las mujeres de las comunidades tuvieron que luchar y siguen luchando por tener derecho a ser dueñas de las tierras que trabajan.

En la actualidad, en muchos pueblos solo heredan las tierras los varones, las mujeres quedan excluidas, con el pretexto que a éstas el marido las mantendrá. Esto acarrea que muchas mujeres que se quedan viudas o son madres solteras, sufran una desigualdad que las lleva a una extrema pobreza. Si bien es cierto que hay muchas mujeres con títulos ejidales o comunales, siguen siendo la minoría.

¿El día que nací? No sé cuándo fue, mamá nunca me dijo. Me registraron, pero se perdieron las actas y luego cuando pasó un huracán dicen que se perdieron los archivos en Tamiahua, a saber, cuándo cumplo años. Mis hijos me registraron cuando entró la ley de las tierras y me pusieron el 25 de diciembre porque era cuando venían todos al rancho y podían celebrar mi cumpleaños. Más o menos sacamos las cuentas para saber mi edad; mi segundo marido si tenía acta y cuando nos arrejuntamos él tenía 17 y ya habían pasado 10 años de que había muerto mi primer marido. Sacamos cuentas, yo viví con él 4 años, entonces creo que yo tenía 17 cuando falleció. Dicen mis hijos que nací en 1927.

Yo ni sabía lo que era casarse, estaba bien chamaca, apenas me acuerdo; una tarde yo andaba jugando con las chamacas al pote y vi que llegaron visitas. Al ratito ya me habló mi madrastra. Longina me dijo: tú papá quiere hablarte.

Cuando entre al jacalito, me dice papá: este señor y su hijo Ausencio vinieron a hablar conmigo, este muchacho quiere que te cases con él ¿qué dices tú? Yo no sé papá, lo que diga usted, le dije. Bueno dijo, pues entonces te vas a casar, ellos van a venir para que el muchacho siga platicando contigo.

Así fue, todas las tardes venían. Yo platicaba con el muchacho, me decía muchas cosas, que tenían tierras y tenían trapiche de caña, que su mamá estaba contenta de que yo iba a ayudarle con el trabajo de la casa.

Mi madrasta me dijo: Longina, tú ya no puedes andar jugando con las chamacas, tú ya estás pedida. Cuidadito y te vean platicando con otro muchacho. ¿Qué muchachos?  dije yo, si todos somos puros chamacos. Ándate con cuidadito, no vayas dejar a tu papá en mal.

Ya pasó el tiempo pues, todas las tardes le llevaban caña (destilado de la caña) a mi papá y galletas para nosotras. Hasta que el papá del chencho dijo que ya tenían que poner fecha. Ya los muchachos se conocen, le dijo a papá.

No te creas que nosotros nos íbamos a platicar fuera, ahí platicábamos delante de papá. Ya entonces dijo mi madrastra: la muchacha todavía no es señorita, si se casan ahora, seguro que no quedara preñada pronto. Entonces dijo mi suegro: cuando sea señorita se casan. No me acuerdo cuanto tiempo pasó. Cuando tuve mi primera regla, prestito nos casamos.

Sí, nos casamos en la iglesia. Entonces no te casabas como ahora, tenía que ser en la iglesia y de blanco. Mi suegra me mandó a hacer un vestido, ellos pagaron todo el convite. Ya casados nos fuimos a vivir a la casa de ellos, en el suelo dormíamos. Yo era tan chamaca que ni sabía lo que iba a hacer, mamá no me dijo nada y mi madrastra tampoco. Solo me dijeron que tenía que obedecer a mi marido, tenerlo contento, para que no fuera a maltratar.

Ofrécete a ayudar siempre a tu suegra, me dijo mamá, que, si ella está contenta, te va a ir bien. En las noches, mi marido se me subía encima y yo aguantaba como podía. Luego no podía dormir, mi suegra se levantaba bien temprano a preparar el lonche de los hombres que se iban a trabajar. Teníamos que lavar maíz y molerlo en el metate, teníamos que echar tortillas para cuatro hombres, luego todavía no clareaba, ya íbamos a traer agua al pozo, íbamos a lavar al pozo, pero antes ya dejábamos la ropa remojando con ceniza, no había jabón como ahora. Íbamos a cortar leña, yo ni me podía subir el tercio a la cabeza (un tercio llega a pesar hasta 20 kilos), nunca había ido a cortar leña, papá la traía a casa. Así todos los días, menos el domingo que íbamos a misa.

Entonces se escucharon rumores, de que iban a recoger las tierras que no se sembraban, mi suegro tenía muchas tierras y tenía el trapiche. Entonces le dio a mi marido un solar para que se hiciera un jacal, ahí nos fuimos a vivir. También le dio tierras, para que no se las fueran a recoger. Fuimos a Tamiahua, y ellos pusieron sus huellas en unos papeles, nadie sabía leer, ponla tuya Longina, me dijo mi marido y yo la puse. Ya entonces teníamos tierras, estaban bien lejos (esas donde te lleve el otro día y te cansaste).

Mi suegra empezó a hablar mal de mí porque yo no podía tener hijos, está embrujada decía. Mi esposo me decía: no le hagas caso, Dios nos va a dar hijos cuando él quiera. Yo no supe si quise a mi marido, creo que sí, pero no como quise a mi segundo marido, con el sentía que volaba. Mi primer marido era muy bueno, nunca me maltrató, él era ya un muchacho cuando nos casamos, creo que me acuerdo de que me dijo que tenía veinticuatro años y yo pues creo que tenía doce o trece cuando nos casamos. Ya llevábamos viviendo como tres años, cuando me quedé embarazada, contento se puso, a todos les decía que iba a ser papá. Entonces mi suegro nos dio un trapiche para trabajarlo, para mi nieto dijo.

Nació una niña, mi marido estaba muy contento, llegaba cansado de la milpa y del corte caña y así aunque, lo primero que hacía era cargar a su hija, toda la tarde la cargaba, sentado en el banco del patio. Mucho la quiso (silencio largo).

Tenía la niña casi un año cuando me dijo mi marido: nomás que pase la molienda, vamos a ir a Tamiahua a registrar a la niña y luego la bautizamos. Pero ya no alcanzó a registrarla. Ese año de veras hizo frío, calentábamos piedras para poner entre las cobijas. A mi niña le dio una tos muy fea y ya no se compuso. Mi suegra vino brava a regañarme, que porque yo no había sabido cuidar a mi hija. Me dijo: mala eres para preñarte y mala para cuidar a tu hija.

Mi marido entonces estaba triste, ya llegaba y se sentaba en el banco del patio y no quería cenar y no quería nada, mirando el suelo se la pasaba. Cuando llegó el tiempo de la molienda, allá se iba todo el día. Yo le llevaba la comida. Había estado lloviendo mucho y ya en la tarde, cuando el dulce de la caña empieza a hacerse pilón, empezó a llover, entonces sí, se empezaron a llenar las hornillas de agua (las hornillas son pequeños túneles que se llenan de leña, el calor que emite hace que el dulce en paila hierva y llegue a adquirir una consistencia solida) mi esposo empezó a achicar el agua (sacar el agua) de las hornillas, así como estaban de calientes las brasas, sacaban arto vapor y todo eso lo respiro él. Yo le decía ya déjalo te vas a enfermar; no me decía este es el trabajo de todo el año, con esto le voy a hacer su tumba a mi hija. Logró salvar alguna paila (recipiente cuadrado de metal en forma de barca) pero se enfermó, le dio pulmonía y poquito duró, tenía unos meses que se había muerto la niña, cuando falleció él.

Entonces mi suegra vino, me sacó de mi casa y me dijo que me fuera con mi papá. Ya me mataste a mi hijo me dijo. Yo salí corriendo y llegué a la casa de papá. Mi suegra me corrió le dije: eso no puede ser, me dijo, ahora mismo te vas y entierras a tú marido, que es tu muerto, no de ella.

Ya me acompañó papá y ahí estuve, lo velamos ahí en el jacal, luego lo enterramos y ellos mandaron hacer esa tumba que viste en el cementerio, era la más bonita entonces, la única de cemento que había.

Ahora me dijo mi suegra: agarras tus cosas y te vas, no supiste ser mujer, no pudiste criar un hijo, no tienes nada aquí. Entonces gita, las mujeres viudas que no tenían hijos se tenían que regresar a la casa de los padres y esperar que algún hombre ya mayor o viudo quisiera casarse con ellas. Las que tenían hijos varones se quedaban con lo que había sido del marido, para dárselo a sus hijos varones. Las que tenían solo mujeres se tenían que ir a la casa de sus padres y a veces la suegra le quitaba las niñas y las criaban en la casa de ellos.

Yo me acordé de que había puesto la huella en el papel, no sabía leer, pero yo sabía que ahí decía que eso era mío y de mis hijos. Ah no, le dije a mi suegra, este es mi jacal y aquellas son mis tierras, yo las trabajé junto con mi marido. Yo le di una hija a mi marido y Dios se la llevó. No me voy a ir de aquí. A empujones me sacó del terreno y cuando se fue, regresé. Yo tenía bien guardados los papeles, los saqué y le dije a papá: quiero que me lleves a Tamiahua a que me los lean. Entonces estaba un padre que hacía la celebración los domingos, él me los leyó. Me miraba nomas y no decía nada. Me dijo entonces: ¿tienes hijos? Tuve y falleció. Yo sólo quiero que me diga que dice ahí, le dije, esta de aquí es mi huella. Si dijo, aquí dice que tu difunto marido y tú, son los dueños, pero tú no tienes hijos. No tengo hijos, pero ahí dice que yo soy la dueña y ahí está mi huella, entonces las tierras son mías. No, me dijo: una mujer no puede tener tierras, esas son cosas de hombres, tú no puedes trabajar las tierras sola y ningún hombre va a trabajar para ti, es más, eres solo una chamaca. Yo no puedo trabajar sola las tierras, pero tengo a papá y a mis hermanas, que yo sepa se trabaja con la fuerza de los brazos, no con lo que les cuelga a los hombres y no soy una chamaca, chamaca era cuando usted me caso y no dijo nada.

Me dijo que me iba a ir al infierno y yo le contesté una maldición en lengua Tenek, a los padres no les gustaba que habláramos la lengua nuestra. Entonces yo no era muy creyente.

Cuando fui a ver el trapiche caña que teníamos, mi suegra ya se lo había llevado, también se llevó todo lo que teníamos en el jacal, nomás le faltó cortar las cañas y cargar con ellas. Seguí peleando, los hombres no querían que fuera a las asambleas, nadie quería trabajar conmigo. Entonces no se pagaba con dinero, se ganaba mano (trabajar una jornada a cambio de que después se le devolviera trabajando una jornada para él) no, me decían, ¿cómo vas a comparar el trabajo de un hombre con lo que pueda regresar una vieja? Yo me quedaba en el quicio de la puerta a escuchar la asamblea, tenía miedo de que todos quisieran quitarme las tierras.

Entonces trabajaba yo sola, lo poco que podía papá me ayudaba. Vivía sola en mi jacal, mamá me decía: ¿qué haces viviendo sola? una mujer necesita tener un hombre, no ves que la gente habla de ti. Que hablen les decía, no me dan de comer ellos. Así estuve por diez años, nunca me dejaron hablar en las asambleas, nunca dejaron de hablar de mí por no tener un hombre. Fui, creo, la primera mujer viuda que vivió sola y tuvo tierras propias.

¡¡¡Bruja!!! me decían Yo me reía sola, bruja decía yo, pero con tierras (risas).

Consultando los datos del registro civil y la parroquia; a Longina la casaron cuando tenía entre doce y trece años, a los dieciséis años tuvo a su hija y esta falleció siete meses después, a los diecisiete años Longina se quedó viuda. No es del todo seguro que fuera la primera mujer de la región en tener tierras, pero si fue la primera mujer de su comunidad en romper las reglas, una viuda no podía vivir sola, sino tenía algún hijo varón, ella vivió sola durante diez años y no solo eso, su segundo marido, del cual si se enamoró y se casó con él porque quiso, tenía diez años menos que ella.

Pero como me dijo ella, hoy ya hablamos mucho, otro día te lo platico.

Aracely S. Cruz

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