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5 metros 75 centímetros lo separaban de su sueño. 5 putos metros y 75 putos centímetros. Era el campeón de Senegal de salto de pértiga y había saltado grandes marcas, pero nunca jamás había superado los 5 metros. Se colocó la cinta del pelo, se ató fuerte los cordones, cogió su pértiga con firmeza y comenzó a correr hacia aquellos 5 metros y 75 centímetros que lo separaban de la gloria. En el tiempo que duró la carrera, se le pasaron por la mente mil cosas, sus padres, sus amigos, su mujer, sus hijos, su entrenador…debía conseguir aquel salto por todos ellos. Ellos confiaban en él y él no iba a fallarles. Despues de unos 5 segundos de carrera llegó el momento, hincó la pértiga en el suelo con decisión y saltó con todas sus fuerzas. El salto era bueno y sobrevoló sobrado aquellos 5 metros y 75 centímetros. Calló como pudo y al levantarse estiró los brazos en gesto de victoria. Lastima que no se oyó ninguna alabanza, lo único que podía escucharse era a los guardias civiles que gritaban sin parar mientras se dirigían a él. La pértiga estaba superada, ahora tocaban los 100 metros.


Salvó a aquella niña de ser atropellada por un camión y eso automáticamente le convirtió en un héroe. Lo que nadie sabía, es que antes de aquel suceso, era uno de los peores villanos que pueden existir. Se había dado cuenta de que la niña iba a ser atropellada porque llevaba siguiéndola y sin quitarle ojo desde que había salido del colegio. Había salvado a aquella niña de un grave accidente y eso le hacía sentirse muy bien, pero no por haber hecho una buena acción, sino porque su “romance” podría continuar.


Miró a aquella preciosa mujer con decisión mientras se acercaba a sus labios lentamente. Estaba muy nervioso, sus amigos le habían dicho que creían que era una transexual y él estaba allí, dispuesto a descubrirlo. No era la primera vez que se encontraba en una situación así y en las anteriores siempre se había llevado un chasco, pero ese día, con esa preciosa muchacha, tenía una corazonada. Comenzó a besar sus gruesos labios con ganas, al tiempo que acariciaba su pelo. Bajó la mano lentamente recorriendo su espalda con gusto, hasta llegar al culo. Con la mano posada en su redondo y precioso trasero, él dió un pequeño suspirito y dirigió su mano decidido a resolver el misterio. Con la mano temblorosa llegó a la entrepierna, donde se encontró de golpe con lo que esperaba con tantas ganas. Por fin le salía bien la jugada, una polla grande y dura, esperaba agazapada entre esas larguísimas y femenínas piernas.
Después de varios intentos por fin había conseguido lo que quería, aquel rabo no se le iba a escapar y además con la tapadera perfecta ante sus amigos, ya que para ellos, esa preciosa transexual sería una mujer completa.


Quedaban dos minutos para que llegase el tren. Ese tren que, después de mucho tiempo pensándolo, se había decidido a tomar.
No había sido una decisión fácil, atrás quedaba su familia, su trabajo, sus amigos… Llevaba ya más de 10 años en España y aunque nunca le había gustado este país ni sus gentes, había conseguido encontrar cierta comodidad.
Lástima que en los últimos tiempos, la falta de trabajo, el racismo que todavía notaba con ciertas miradas que se le clavaban y la falta de ilusión, habían hecho que perdiera las ganas de vivir más en ese lugar.
Coger ese tren no era un opción fácil y menos haciéndolo de una manera casi secreta, pero creía que sus seres queridos entenderían su huida cuando supieran lo que le esperaba en su destino.
Oyó de lejos como se acercaba el tren, cogió su mochila, mientras miraba al cielo como buscando aprobación y se dirigió hacia la puerta de uno de los vagones. Entró, se quedó de pie cerca de la puerta y mientras miraba como se alejaba del andén, apretando aquel interruptor que salía de su mochila gritó «Al·lahu-àkbar».


Odiaba a aquel hijo de la gran puta que la violó. Odiaba al juez que le había condenado a tan solo 2 años de prisión por falta de pruebas. Odiaba a su abogada por no haber conseguido un resultado más favorable. Odiaba a los amigos del violador que lo grabaron todo entre risas y vítores. Odiaba a su novio por no haberla  acompañado a casa aquella noche. Odiaba a toda persona que hubiera tenido algo que ver con aquella fatídica noche y por supuesto se odiaba a sí misma. Jamás se perdonaría haber tenido un orgasmo durante aquella violación.


Había sido una mañana muy dura y tediosa. Hacer los papeleos correspondientes para cobrar su pensión mensual cada vez se antojaba más difícil. Su silla de ruedas no volaba todavía y la estación de metro más cercana no tenía ascensor, asique debía bajarse una parada antes y coger un autobús que le llevase hasta aquel lugar. Coger el autobús tampoco era fácil, ya que muchos no estaban debidamente homologados y debía esperar a los de última generación, dejando pasar los viejos. Al llegar a la oficina de prestaciones y manutenciones debía pedir a los guardias de la puerta que le ayudasen a subir, ya que los 6 escalones que había en la entrada no tenían alternativa y no era plato de buen gusto que todo el mundo viese como le cogían en volandas. Una vez dentro, también debía avisar de que quería pasar y tenían que abrirle una puerta especial ya que la silla no cabía por el arco del detector de metales. Cada vez que le tocaba hacer esos dichosos papeleos volvía a casa exhausto y de muy mala leche. Por eso, cuando llegó esa mañana, se levantó de la silla, la empujó con fuerza de una patada y se prometió a sí mismo que empezaría a buscar trabajo.


Todo el mundo sabe que la venganza es un plato que se sirve frío. Pero tan fría estaba aquella «sopa envenenada a la venganza» que ninguna de las posibles víctimas se la quiso comer.

 

Juanma Vázquez

Instagram: jotaman13

 

 

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