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Su vida era una auténtica mierda, estaba harto de todo. Desde pequeño había sido un infeliz y nadie le había ayudado para dejar de serlo. Había pensado una y mil veces en suicidarse pero le daba tanto miedo,  que trabajó 10 años en una máquina del tiempo para viajar al pasado y forzar el aborto a su madre. Y allí se encontró después de tantos años de trabajo, delante de su madre embarazada y con intención de abortar a aquel que le había jodido la vida desde que tenía uso de razón, su hermano.


«Currito de Mendoza muere desangrado en la enfermería de la Maestranza de Sevilla después de intentar innovar en el toreo sentándose de rodillas frente al toro». Ese fue el titular que rezó en la portada del periódico más importante del país. Pero como todo titular de la prensa tras el se escondía la cruel realidad. Currito de Mendoza había muerto de una cornada, eso era cierto, pero él no estaba de rodillas reinventado el toreo con un nuevo pase, sino pidiendo perdón a aquel toro al que no pensaba matar. Currito quería dejar aquel mundo en el que se había dado cuenta de que no encajaba y por desgracia para él lo hizo «por la puerta grande».


Con los ojos brillantes llenos de amor se acercó a ella, le dio un beso en los labios y le dijo al oído «Feliz aniversario preciosa». No podía creer que ya hubieran pasado dos años. dos años de precioso noviazgo, dos años de sexo desenfrenado, dos años de puro amor, dos años de confidencias. Dos años desde que la vio en aquel tanatorio y se enamoró locamente de ella. dos largos años y su relación seguía intacta, como el primer día. Casi igual que el cuerpo de ella, que después de varios procesos de embalsamamiento se conservaba asombrosamente bien.


Llevaba más de 30 años como entrenador de fútbol en la categoría de infantiles.
Sus números eran espectaculares. Más de 700 partidos como entrenador, 15 títulos de liga, 8 títulos de copa, 14 premios al mejor entrenador, 22 colaboraciones en los medios hablando del fútbol base…. Cifras y cifras que le avalaban como uno de los mejores entrenadores de su nivel y curiosamente, la única que a él le importaba de verdad era la de los 635 niños a los que había visto desnudos en los vestuarios. Esa era la cifra que le hacía seguir como entrenador 30 años después y que le calmaba su obsesión sexual por los niños.


Y allí estaba, atada de pies y manos, con una mordaza, con todo el cuerpo enrojecido, con lágrimas en los ojos, con el coño empapado por culpa de los 4 orgasmos que había vivido en aquella sesión de bondage y luciendo orgullosa su tatuaje en pro del feminismo.

Juanma Vázquez

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