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El proceso de cambio de las identidades y la etnicidad latinoamericana comienza con el tránsito desde el concepto de “campesino”, en el que se refugiaron los indígenas durante décadas e incluso siglos, al de “indígena”

La “campenización del indio” fue el principal objetivo identitario en el periodo de los Estados nacional populares de América  Latina. Se trataba de afirmar una ciudadanía única de carácter nacional y, por lo tanto, las dimensiones étnicas eran dejadas en segundo plano, básicamente al nivel del “folklore”. La revolución mexicana, boliviana, guatemalteca, las reformas agrarias peruana, chilena, etc. Se hacen en el nombre del campesinado. Los indígenas eran reconocidos en su calidad de ciudadanos rurales.

A partir del fracaso de las reformas agrarias, de la crisis de los estados nacionales populares, en fin, de numerosos factores, comenzó un movimiento de reetnificación del campesinado indígena. De campesinos fueron pasando a autodenominarse indígenas. Sin embargo, solo abarcaba a aquellas comunidades alejadas de la ciudad, en las que se conservaban los usos y costumbres y la lengua.

Con el paso del tiempo esta noción de etnicidad se vio limitada, ya que dejaba fuera a las grandes mayorías que habitaban en las ciudades. En los últimos años, se ha ido ampliando el concepto de etnicidad, o las fronteras étnicas.

Numerosos fenómenos y cambios han ocurrido en el interior de las sociedades latinoamericanas en los últimos veinte años, que son determinantes para comprender la emergencia de nuevas identidades indígenas. La situación de la población indígena, de su vida cotidiana, de las comunicaciones con el mundo no indígena, se han modificado en la últimas décadas de una manera muy profunda.

Los indígenas han viajado a las ciudades con sus culturas, desde ese nuevo espacio cultural urbano, reinterpretan las viejas culturas comunitarias rurales. Hasta hace muy pocos años atrás, los indígenas se escondían en las ciudades. Hoy comienzan a mostrar con orgullo su creciente  condición de indígena. En muchos casos no solo viven su etnicidad en la ciudad, sino que contribuyen en la revitalización de usos y costumbres de sus comunidades. Hacen uso de las nuevas tecnologías y de las redes sociales para compartir con los demás miembros de su comunidad que viven en otras ciudades, las fiestas y noticias importantes de sus pueblos. Por medio de las redes sociales logran remover la etnicidad olvidada de muchos indígenas que viven en las ciudades y los motivan para que año con año regresen a las festividades de la comunidad.

La comunidad de Zaragoza pertenece al municipio de Naranjos, Veracruz, México. Hace años fue una comunidad indígena que, con el paso de la revolución mexicana pasó a ser un pueblo rural y sus habitantes campesinos. La necesidad económica, la poca ayuda al campesino y el deseo de vivir en la ciudad, ha hecho que esta comunidad se vaya quedando con pocos habitantes. En los últimos años, se están realizando actividades con el fin de revivir las costumbres que como dicen ellos, se están muriendo. Entre las costumbres que conservan, están las ofrendas agrícolas que datan de la época prehispánica y que son una mezcla de la época de la colonización. Las danzas agrícolas forman parte de la identidad de la comunidad, así como la talla de mascaras de madera, que representan a negros, españoles y dioses prehispánicos.

Cuando los abuelos mueran; morirán todas nuestras tradiciones, por eso yo pensé, tenemos que hacer algo.

Mi nombre es Juan De La cruz Hernández, aunque todos me dicen Maska. Soy el menor de seis hermanos, nací en 1988  en una casita de barro, con ayuda de una partera; fui prematuro, mi mamá tenía siete meses de embarazo. Nací en la comunidad de Zaragoza, pertenece al municipio de Naranjos, Veracruz.

Me gustaría decir que soy indígena, pero no me considero como tal. Yo me considero como parte de un pueblo, que hace tiempo, en tiempos de mis bisabuelos, fue una gran comunidad indígena. Mis bisabuelos hablaban el Huasteco, también mis abuelos y mis padres. Entonces las tradiciones y rituales, si estaban bien arraigadas.

Crecí rodeado de gente que amaba y ama la naturaleza y que la respeta. Mis abuelos maternos tocaban los sones de la danza y dirigían los rituales de la siembra, el bolín (ofrenda a la tierra). Mis abuelos y sus papás antes de ellos fueron soneros, también danzaban y tallaban las mascaras que se usan en la danza. Así crecí yo y era algo muy bonito para mí.

Mi madre no nos enseñó la lengua huasteca tenek, tal vez por vergüenza, pero yo escuchaba como hablaban y fui aprendiendo, yo lo entiendo, pero no se mantener una conversación. Con la generación de mis padres la lengua Huasteca empezó a dejar de enseñarse.

Yo recuerdo que desde muy chiquito me gustaba la danza, hacíamos fila para empezar a ensayar, mientras mis abuelos tocaban el violín y la jarana. Antes de que nos dejaran danzar, nosotros nos hacíamos nuestras mascaras con latas de sardina y nuestra sonaja con un bote; lo llenábamos de piedritas y le poníamos un palo, con eso bailábamos la danza de los Candiles (danza que se desarrolla con un dialogo entre un español y un negro). Tenía seis años cuando me dieron la oportunidad de danzar. Es costumbre que cada danzante se haga su bonete y adorne sus sonajas; yo no podía pues era bien chiquito. Mi abuelo Eligio Hernández me regaló mi primera sonaja, me dio un guaje seco (calabaza) yo la llené de piedritas y la adorné con papel china (papel seda) también mi abuelo me hizo mi bonete, yo me sentía muy contento y orgulloso de danzar, empecé por la danza de la Malinche, después aprendí las otras, danzo la de rebozo, los negritos, los candiles y los pañuelitos. Para mi ver como los adultos se preparaban desde el mes de septiembre para danzar, era algo muy bonito, místico. La primera ofrenda era en San Miguel, dedicada al maíz, era entonces cuando se escuchaba por primera vez en el año sonar el violín y la jarana – a mí, me daba mucha emoción- con esa primera ofrenda se iniciaban las fiestas.

Yo no sé tocar los sones de la danza, lo que si se, es tallar mascaras, un poco de ahí viene mi apodo de Maska. En la comunidad de Zaragoza estudié hasta la primaria y de ahí me mandaron a la secundaria a Naranjos (cabecera municipal) pues ahí encontré a otros chavos (jóvenes) que también iban de alguna comunidad como yo, pues los de naranjos nos veían diferentes, pero yo nunca me he sentido menos que los demás. Cuando se acercó la fiesta de muertos, el maestro de artística dijo que si queríamos danzar y nos juntamos todos los de las comunidades y armamos la danza de La Malinche, aunque con música grabada. Yo le dije al maestro que mis abuelos tocaban los sones y que nos vamos a buscarlos. Así fue como participamos primero en naranjos y luego en otros lugares.

Yo me fui a trabajar fuera de la comunidad cuando salí de la secundaria, tenía 14 años. Primero me vine a la Ciudad de México, luego Guadalajara, Tampico y Aguascalientes. Fue entonces que, estando lejos de mi comunidad me cae el veinte (me doy cuenta) de que no quiero dejar nuestras tradiciones, cuando llega la fiesta de los muertos, me pone triste recordar las fiestas, aunque yo siempre tenía grabaciones de los sones. Entonces todavía no pensaba en que yo iba a iniciar este movimiento poético y dar a conocer nuestra cultura y tradiciones. Regresé a la comunidad con dieciocho años y aquello que recordaba ya no era igual, se hacia la fiesta, pero ya no había danzas, mis abuelos tenían los instrumentos rotos de tanto tocar y casi nadie se interesaba por hacer algo.

Un tiempo después mi abuelo Eligio Hernández fallece. A mí me habían mandado a trabajar a la frontera de México y como en ese tiempo no se usaba tanto el celular, pues yo no me enteré, me enteré dos días después de que ya lo habían enterrado. Con el tiempo me doy cuenta de que con el fallecimiento de mi abuelo es cuando empieza la decadencia y el abandono de las tradiciones, no había quien se hiciera cargo de la danza, no había quien juntara a la gente para danzar. Yo escuchaba como mis amigos y mis primos se quejaban de que todo se iba a perder, pero solo se quejaban, nadie decía vamos a hacer algo.

Hace como cinco años regresé a Zaragoza, llevé entonces a mi hija, a la que le había contado cómo eran las fiestas. Cuando llegó al pueblo veo que nada era igual y, fue como un nudo en la garganta, realmente todo era triste, la fiesta no tenía nada que ver con la fiesta que yo viví, cuando era niño.

Le pregunte a mi abuelo Juanito Hernández, qué estaba pasando. Me dijo que ya no había soneros y los instrumentos estaban muy deteriorados. Pero ellos seguían tocando como podían. Fue entonces cuando yo dije: hay que hacer algo, contacté a mis primos y amigos, por medio de las redes sociales. Les conté lo que pasaba y les dije: necesitamos instrumentos. Si no hacemos nada esto va a morir. Entonces nos cooperamos para comprar una jarana y fue tanto el entusiasmo que sobre pasamos el costo, así que decidimos hacer otra colecta para comprar un violín y así fue como tenemos instrumentos, ya.

 La fiesta del 2017 no se hizo, no hubo nada, yo fui  y ese día yo veía con impotencia que todo había caído. Fue cuando dije, esto no puede pasar. Yo le había prometido a mi abuelo Eligio Hernández que llevaríamos la danza a la Basílica de Guadalupe, al DF, se lo cumplí; pero el ya había fallecido. También esto lo hicimos con la cooperación de mis primos y amigos. Cuando regresamos del DF, contactó conmigo el maestro Héctor Olivares, el tenía una asociación y promovía la casa de cultura de Naranjos. Me dice que le gustaría que formáramos parte de la asociación; así fue como el siguiente año, en 2018 se vuelve a hacer la fiesta en Zaragoza y repetimos este año, coincidiendo con el año internacional de la lengua indígena.

Yo cuando salí de mi pueblo y llegué al DF nunca negué que era huasteco, siempre lo digo y me siento orgulloso de ser diferente, cuando encuentro gente de otras comunidades, les pregunto cómo se dice tal palabra en su lengua y pues muchas veces la gente se avergüenza de ser indígena o de pueblo, yo nuca me avergüenzo, al contrario, siempre me he sentido orgulloso de decir que soy huasteco y que mi familia habla la lengua tenek.

Pues aquí en el DF, empecé a meterme en grupos, pues por mi necedad. Yo veo que va a ver un evento y allá me voy, así voy haciendo amigos, llegan de diferentes comunidades a tocar huasteco y pues conoces gente y te invitan a otros eventos, a museos, a bailes de música tradicional y pues vas haciendo amistad y se va creando una hermandad entre los que somos de pueblo. También, pues aquí en el DF a mucha gente no le gusta esto, pero somos muchos que nos sentimos orgullosos de ser de pueblo y otros que son indígenas y vienen de Oaxaca, de Guerrero, reivindican con su música, su identidad. Así llegue al Museo de las Culturas Populares y me invitaron a un programa de radio. Ahí hable de las festividades del día de muertos, pero de la Huasteca Baja, hable del Ochavario y de las danzas de Zaragoza y también de la Malinche del Anono y de Torito de Zacamixtle. Así fue como empecé a promover y dar a conocer nuestras tradiciones en el DF.

Este año nació la idea de hacer Acción Poética en lengua tenek, el grupo los formamos con mis primos. Es un colectivo en el que todos tomamos decisiones y todos aportamos nuestro trabajo. Hay gente que nos apoya desde Monterrey y  Guadalajara, los que estamos fuera de la comunidad aportamos lo que podemos económicamente.

Por medio de estas pinturas queremos dar a conocer nuestra lengua y nuestra cultura, también motivar a los niños, para que se interesen en conservar nuestra cultura. La iniciativa fue bien recibida y ya nos dieron permiso en otras comunidades para ir y pintar algunas bardas, también invitamos a las muchachas de la secundaria y ellas van a ir a pintar en algunos lugares.

Para mi ver estas pinturas y frases en mi lengua significan: lo que yo soy y también mi identidad. Ver que esta pequeña acción está llegando a distintos países, me hace sentir orgulloso, porque estoy representando a mis abuelos, a mis padres, y a mi comunidad, para mi es algo muy bonito. Quiero que esta acción motive a los niños y a mi hija y que sientan que deben de cuidar y amar nuestra lengua, nuestra cultura, porque todavía podemos revivirla.

También iniciamos un taller para que los niños aprendan a tocar los sones de la danza y ya tenemos cuatro alumnos y dos adultos, esto se inicio por un programa del gobierno, pero también gracias a que andamos detrás de la gente insistiendo en sacar ayudas. Yo siento un gran alivio porque se, que ya estarán en buenas manos esos sones de muchos años de historia y tradición.

Yo siempre digo que soy originario, que vivo en el DF, soy hasta cierto punto moderno, pero jamás me olvido de mis raíces. Yo creo que se puede ser moderno, sin olvidar de dónde vienes y quién eres.

Aracely S. Cruz

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