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El Día Internacional de la Mujer nos deja muchas e interesantes reflexiones en las que detenernos y profundizar. Estaba releyendo el espléndido artículo ‘La mujer durante el franquismo[1] de mi compañera Rocío Rivas Martínez, tratando de imaginar esas vidas tan duras, encorsetadas y asfixiantes, cuando me he plantado cuánto más lo serían al añadirles otra discriminación: el deseo por otras mujeres. No es sencillo encontrar estudios o biografías sobre mujeres lesbianas durante la dictadura, ni siquiera entre los esfuerzos feministas de rescatar la memoria histórica; así que me propongo ofrecer, al menos, algunas notas para comenzar a comprender su situación.

El estado español constituye un caso particular en lo que refiere a la trayectoria de su diversidad sexual, alejándose por motivos sociohistóricos de las inercias occidentales durante gran parte del siglo veinte. Todxs lo sabemos: el hito más notorio en nuestro pasado reciente es el triunfo franquista inmediatamente anterior a los años cuarenta, y la consecuente imposición de un nacionalcatolicismo aplastante con la desviación de la norma heterosexual. Como nos señala el historiador Lucas Jurado Marín[1], tras el cruento y convulso enfrentamiento intranacional entre 1936 y 1939, se impone un régimen dictatorial que afecta a todxs aquellxs que no encajan en los patrones sociales definidos por el nuevo modelo: entre otrxs, homosexuales, transexuales y travestis. El nuevo gobierno, indica la profesora y psicopedagoga Gema Pérez-Sánchez[2], desea redefinir los códigos morales de una nación corrompida, subvertida, pervertida e inmoral tras la trayectoria republicana. Por eso, una característica importante del franquismo, insiste Lucas Jurado Marín, es el control legislativo-punitivo del que nada podía escapar. Se dictan numerosas leyes para legitimar la censura, la represión, la detención, la tortura, la encarcelación y la ejecución que regenerarían la sociedad española y servirían de ejemplo a lxs infractorxs. Los mejores ejemplos: la Ley de Vagos y Maleantes, que procedía ya de la época republicana y fue adaptada a los intereses franquistas, y la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, de los años setenta.

Si bien las modificaciones legales y los estudios sobre este período histórico a menudo refieren la homosexualidad independientemente del género, es constatable que la mayoría de víctimas políticas, y en consecuencia la mayor parte de las investigaciones posteriores, versan sobre homosexuales varones. Existe la noción dominante de invisibilidad y ausencia de relaciones lesboeróticas durante el franquismo, y Lucas/Raquel Platero Méndez[3], psicólogx y sociólogx, señala la carestía de trabajos al respecto. Sin embargo, estx autorx recalca que junto a la homosexualidad masculina, el lesbianismo es un peligro claro y tangible para el sistema político de la época, que lo identifica además como un problema en aumento, alarma ante la cual se requieren medidas y estudios. Concretamente, la masculinidad en las mujeres se reconoce como signo patológico lesbiano –asociándose una vez más la transgresión de las normas de género con la enfermedad mental-, de modo que las lesbianas pueden ser observadas, medidas y descubiertas. En su texto, dichx autorx utiliza el caso del único expediente disponible hasta 2009 de una mujer, represaliada con la Ley de Vagos y Maleantes de 1954, para hacer visible el temor ante la disidencia sexual protagonizada por mujeres, aunque su existencia fuese negada con fervor.

Prosigue Lucas/Raquel Platero Méndez explicando que la sociedad franquista, asentada sobre una pétrea división sexual dicotómica, vincula la masculinidad a la fuerza, el compañerismo y la provisión familiar, mientras que delega en las mujeres la complementariedad del varón, su descanso en el hogar y la reproducción de su prole. Este papel de las mujeres es clave para mantener política y económicamente un régimen apoyado formalmente por la Iglesia y la psiquiatría, y la subordinación se extiende evidentemente al terreno sexual: la sexualidad femenina es receptora y acatadora del deseo masculino heterosexual, y adquiría sentido en un contexto ideológico familiar. Atendiendo a gema Pérez-Sánchez, la Sección Femenina juega un importante papel adoctrinando a las mujeres españolas en la aceptación voluntaria de la subordinación. El Estado rescata a las mujeres de las fábricas de la Segunda República para devolverlas al destino divino de educar a su progenie en el fascismo, y las posibilidades de eludir el matrimonio y la maternidad son escasas: el convento, la locura, o la soltería y la dedicación a lxs demás.

Por otro lado, sostiene Lucas/Raquel Platero Méndez, la psiquiatría de la época tilda a las mujeres de inmaduras, patológicas y transmisoras del gen rojo, de manera que exigen control y regulación de sus instintos animales, a través de la inteligencia y la lógica masculinas. Los más afamados psiquiatras del franquismo, como Antonio Vallejo-Nájera y Juan José López Ibor, estudian tanto la patologización y transmisión de la disidencia política como la homosexualidad y la intersexualidad, y observan los efectos de la lobotomía, el electroshock y la castración. La psiquiatría y la medicina -y la Iglesia- tienen entonces dos preocupaciones mayoritarias: invertir los obstáculos para la natalidad que regeneraría la patria, y combatir la degeneración racial que obsesionaría a los fascismos -si bien en el estado español se recurriría más al control y la represión sobre lxs taradxs que a su eliminación, a fin de utilizarlxs para reconstruir la devastada nación-. De ahí la ansiedad y la importancia atribuida al placer sexual egoísta -es decir, no reproductivo, no heterosexual-, que incluye el libertinaje, la promiscuidad, la inmoralidad, la inversión sexual y la homosexualidad, entendida como pecado y enfermedad.

Las mujeres que desean a otras mujeres, a diferencia de los hombres homosexuales, son víctimas secundarias de la represión institucional violenta, pero víctimas principales de otro tipo de represión, de carácter ideológico, articulado a través de la familia, la religión, la educación, la cultura o los sistemas de comunicación. Sumando a este hecho la situación de la mujer franquista -la reclusión en el hogar y la consecuente ausencia de redes de apoyo, grupos de iguales y referentes-, las mujeres homosexuales están condenadas a la clandestinidad, el silenciamiento y la ininteligibilidad: son invisibles, mientras que los homosexuales varones son perseguidos y sancionados, pero a la vez, esto les otorga una identidad y una posición en el imaginario colectivo -aunque negativas-.

Las únicas referencias con las que cuentan estas mujeres, subraya Lucas/Raquel Platero Méndez, son entonces las que rompen con los roles de género patrióticos, que suprimen cualquier rasgo masculino -en el saber, el hacer y el estar- de la feminidad ideal. Por ejemplo, en la década de los años veinte y principios de los años treinta, las revistas de moda se hacen eco de las influencias extranjeras en la moda española: las mujeres incorporan elementos como los trajes de chaqueta y los bolsillos, y especialmente irrumpe el estilo deportivo o  sportwear, todo ello asociado hasta el momento con lo masculino. A finales de la dictadura, y no por casualidad, se rastrean declaraciones y textos de legisladores y autorxs que expresan el temor a regresar a aquella masculinización de la mujer: el deporte será un campo especialmente condenado, como ámbito en el que es más posible que en otros encontrar a mujeres de apariencia masculina que desarrollan deseos por otras mujeres. Dejan de ser sumisas, abnegadas y silenciosas para volverse ‘machorras’. También entre los años sesenta y el comienzo de los setenta, y pese al predominio de la creencia de que la sexualidad femenina carece de sentido sin varones -las mujeres son asexuales, de por sí-, aparecen diversas obras que sostienen que la homosexualidad femenina es tan frecuente como la masculina, aunque no ha sido depositaria de la suficiente atención criminalista o epidemiológica, ni se puede estimar su incidencia.

Lucas/Raquel Platero Méndez insiste en el incremento de la conciencia sobre la existencia del lesbianismo y la necesidad de su represión de forma específica, en tanto diferente de la homosexualidad masculina y otros tipos de peligrosidad social. Se entiende en este momento que al ser las mujeres más afectivas, sus relaciones son más apasionadas y duraderas, con el consiguiente riesgo de que aun estando casadas y siendo madres abandonen sus hogares familiares para reunirse con sus amantes. Probablemente en la actualidad son conocidos menos casos de mujeres homosexuales durante el franquismo porque las instituciones encargadas de su represión y domesticación -la confesión católica y la psiquiátrica-, a diferencia de lo que sucede con sus equivalentes masculinos, no son de carácter legislativo/penitenciario; no obstante, la misma Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social procesa entre 1968 y 1971 de forma constatable a dos mujeres, y cabe señalar la existencia en la prisión de Málaga de un ala para segregar a las mujeres que mantienen relaciones con otras mujeres.

Las teorías psiquiátricas del momento sobre las causas del lesbianismo no apostaban por su carácter congénito ni hereditario, sino por la perversión adquirida, síntoma de la neurosis, el narcisismo, la inmadurez o la influencia de factores externos: malas experiencias con varones o en el entorno familiar. La homosexualidad femenina, defendían algunos doctores, se desencadenaba como consecuencia del deseo de toda mujer de ser hombre para así amar a la madre, de tal modo que cualquier mujer es susceptible y sospechosa de posible lesbianismo. Esta sospecha es también utilizada, apunta Gema Pérez-Sánchez, como amenaza para contener los avances ideológicos feministas y la imagen que promueve de mujeres independientes, exitosas profesionalmente y económicamente autosuficientes, que no podían ser sino lesbianas. Por ello, siguiendo de nuevo a Lucas/Raquel Platero Méndez, desde los años sesenta pero especialmente en los setenta proliferan los estudios y textos sobre la homosexualidad femenina, resaltando como rasgos reconocibles y prototípicos la apariencia masculinizada, el escaso interés por las atenciones masculinas, la inclinación hacia determinadas profesiones -destacando el deporte y el arte-, la tendencia a las actividades ilegales y delictivas, el comportamiento promiscuo, la prevalencia de la depresión por temor a que sus amantes retornasen a la heterosexualidad, el placer obtenido mediante el sadismo y el travestismo, el deseo de seducir y contagiar a otras féminas… siempre con evidentes pretensiones criminalizadoras y patologizadoras.

Parece evidente que esta relación entre el sistema penal y elementos no jurídicos como la psiquiatría y la medicina, estudiada por Michel Foucault, disfraza en numerosas ocasiones el castigo de rehabilitación, de curación de lxs desviadxs y de reinserción social: así́, en el franquismo, se justifican medidas más largas y estrictas a fin de influir y reconvertir, rescatar de la desviación y reeducar para la normalidad. Y a la vez, tal y como menciona Gema Pérez-Sánchez, es así posible que la ley pueda adquirir un conocimiento más profundo de la personalidad psicopatológica, para conocer sus desencadenantes y prevenir de forma sofisticada la peligrosidad previamente al delito, en contraste con la brutalidad hacia lxs disidentes durante los primeros años del régimen. De este modo, durante cerca de cuarenta años, el estado español nacionalcatólico concede tanto a los medios de comunicación y culturales como a las fuerzas legislativas y policiales, amparándose en los imaginarios científico y religioso más conservadores, el derecho represivo/coercitivo sobre la homosexualidad tanto masculina como femenina. El afán del régimen por controlar el homoerotismo se torna especialmente obsesivo y paranoico hacia el final de la dictadura, y no es hasta los años setenta y la transición que son integrados los cambios habidos en el resto del mundo a partir del final de la Segunda Guerra Mundial.

Salmacis Ávila

Referencias

[1] Jurado Marín, Lucas (2014). Identidad: represión hacia los homosexuales en el franquismo, Ed. La Calle, Málaga (pp.37-44).

[2] Pérez-Sánchez, Gema (2004). “El franquismo, ¿un régimen homosexual?”, en Orientaciones: revista de Homosexualidades, Vol. Nº7 (pp.29-48). Consultado en http://works.bepress.com/gemaperezsanchez/4, a fecha 03/03/2017.

 [3] Platero Méndez, Raquel (2009). “Lesboerotismo y la masculinidad de las mujeres en la España franquista”, en Bagoas: Revista de Estudos Gays, Vol. Nº3 (pp.15-38). Consultado en http://cchla.ufrn.br/bagoas/v02n03bagoas03.pdf#page=15, a fecha 04/03/2016.

 [4] Consultar https://anthropologies.es/la-mujer-durante-el-franquismo/.

Segunda Guerra Mundial

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