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Hace algunos días me invitaron a leer una noticia[1], redactada por Henrique Mariño para el diario digital Público, que llamó mi atención: el Ayuntamiento de A Coruña rendirá homenaje, dando sus nombres a una calle, a “las pioneras del matrimonio gay en España”. Se trata de Elisa Sánchez Loriga y Marcela Gracias Ibeas, quienes contrajeron matrimonio por la Iglesia en 1901… ¿Dos mujeres, de la España rural, casadas por un párroco, y en los albores del siglo XX? Un fenómeno extraordinario… ¿y único?

Henrique Mariño nos presenta a Marcela y Elisa, maestras residentes en la localidad gallega de Dumbría, donde además ejercía una de ellas. Por aquel entonces, y pese a lo que hoy pudiésemos temer, que dos maestras viviesen juntas y sin hombres no era motivo de alarma social. Primero, porque las docentes destinadas en entornos campestres frecuentemente eran acompañadas por parientes femeninas, y segundo, porque se trataba de una profesión tan mal retribuida que terminaba siendo ejercida mayoritariamente por mujeres solteras -si bien Marcela provenía de una familia acomodada, que ya había tratado de romper la sospechosa amistad que inició con Elisa en 1880, en la Escuela de Maestras-. Esta situación guarda algunos paralelismos con la institución estadounidense del siglo XIX del ‘matrimonio bostoniano’[1], que según Raquel/Lucas Platero y Emilio Gómez reconocía la convivencia entre mujeres acomodadas e intelectuales, y que al menos explícitamente estaba desprovista de connotaciones sexuales: eran ‘amigas’, dedicadas la una a la otra, sin suscitar lo que la antropóloga Gayle Rubin o el sociólogo Jeffrey Weeks llamarían ‘pánicos morales’. Pero esta pareja pretendió ir más allá de la mera convivencia.

La reseña de Bàrbara Ramajo García[2] sobre la obra de Narciso de Gabriel, decano de la Facultad de Ciencias de la Educación de A Coruña -y que investigó durante quince años la historia de Elisa y Marcela hasta publicarla en 2010-, retrata los principales hitos en las vidas de las dos amantes, así como sus ingeniosos ardides para rehuir las constricciones que la cultura gallega del momento impondría a su romance. Nos encontramos ante un ejemplo destacable del valor, la astucia y la capacidad de agencia humanxs para trasgredir los límites y esquivar la punición sociales. Tras una teatral discusión pública entre las amigas, Elisa se marcha a La Habana, llegando poco después a Dumbría, desde Londres, su primo Mario. El susodicho se instaló en su casa, oportunamente admitió haber dejado embarazada prematrimonialmente a Marcela –investigaciones recientes[3] atribuyen la paternidad de la criatura a un vecino del pueblo-, y quiso proteger su honor casándose con ella tras bautizarse como católico, ya que alegaba ser de origen protestante. Mario vestía chaqueta y corbata de hombre, estaba peinado como tal y lucía un incipiente bigote, fumaba tabaco constantemente, caminaba de forma masculina y portaba una pistola, de modo que nadie dudó de su cisexualidad cuando contrajo matrimonio en el rectoral de San Jorge en junio de 1901.

Sin embargo, su estratagema sería descubierta poco después, al establecerse el matrimonio de nuevo en Dumbría, donde lxs vecinxs reconocieron en Mario a Elisa.  En aquellos años, el sacerdocio -carlista, en un contexto de amenaza liberal- servía al control y la denuncia de lxs ciudadanxs, de modo que el alarmado clérigo que bautizó y casó a Mario le exigió la verdad. Éste resolvió confesar que en el pasado fue Elisa, pero defendió que doctores londinenses habían diagnosticado su hermafroditismo y afirmado que podía optar al sexo masculino. Una turba enfurecida que le acusa de ‘marimacho’ le obliga a huir a Portugal, donde ingresará en prisión; por su parte, Marcela no es castigada, sino que decide marcharse voluntariamente con su amadx. No relataré aquí el final de la trepidante historia, que el escritor Manuel Rivas califica de ‘trending topic de la época’ -al vender la prensa madrileña más portadas de la pareja que del estallido de la Guerra de Cuba-, pero sí me interesa algo que el mismo Manuel Rivas, citado por Henrique Mariño, hace bien en destacar: que el factor que desencadena el odio y la censura vecinales no es tanto el vínculo lésbico entre las amigas, sino la violación del género encarnada por Elisa. Sirva como argumento su destino: perseguida y encarcelada; Marcela, en cambio, es percibida simplemente como víctima de un engaño, y sigue gozando de libertades, pese a conocerse sus inclinaciones eróticas. La homosexualidad es una transgresión menor en comparación con el desafío transgénero, que amenaza con la disolución de las fronteras entre géneros, permitiendo a una mujer apropiarse de una masculinidad que no le pertenece.

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¿No es acaso similar a gran parte de los casos del actual bullying homofóbico, en el que cientxs de niños, que no tienen conciencia clara de su orientación sexual, son acosados por ‘resultar afeminados’, o en el que centenares de niñas, que no han puesto nombre a la orientación de su deseo, son hostigadas por comportarse y/o lucir de un modo ‘más propio’ de chicos? La divergencia o violación de las expectativas y roles de género es por principio censurada o contenida, incluso a veces dentro de la ‘comunidad lgtb’: fijémonos en la ‘plumofobia’ que erige como objetos predilectos de deseo a los gays ‘machotes’ que pasan por ‘heteros’ -basta con echar un ojo a cualquier página de contactos para comprobarlo-. Otros ejemplos del mismo fenómeno, recogidos por Beatriz González de Garay Domínguez[4], son la ‘homofobia liberal’ enarbolada por el escritor Alberto Mira Nouselles para explicar cómo el homosexo es más fácilmente tolerado en el ámbito privado/personal mientras que no se exhiba ninguna marca de ‘cultura gay’ que amenace al ámbito público heteronormativo, así como las ‘lesbianas posmodernas’ de Beatriz Gimeno Reinoso, que habla de cómo las mujeres homosexuales de la televisión o el cine son diseñadas de forma prototípicamente femenina y agradable al público heterosexual.

En cualquier caso, y retomando la observación de Manuel Rivas, la obra de Narciso de Gabriel incluye un capítulo interpretativo, que desentraña la biografía de Elisa y Marcela desde un enfoque ‘tetraóptico’: en clave lesbiana, trans, intersexual, y feminista. No he tenido ocasión de leerlo, pero de partida me parece una propuesta muy acertada, al desligar cuatro conceptos o dimensiones que hoy nos parecen bien diferenciadxs, pero que en el entendimiento que existía de la diversidad sexual en el pasado reciente quedaban solapadxs: cualquier mujer que desafiase la feminidad -definida patriarcalmente- se desmarcaba como femenina, así que se adentraba en el ‘querer ser como’ un hombre -feministas a nivel de derechos, lesbianas en el plano amatorio-, en el ‘querer ser’ hombres -transgéneros-, incluso en el ‘ser’ hombres -intersexos, lxs antes lamadxs ‘hermafroditxs’-.

Tras todo ello, me detuve en dos frases de la noticia ya citada. La primera: “De hecho, tal vez lo hayan hecho más mujeres, aunque ellas han sido las únicas que fueron descubiertas una vez celebrado el enlace, por lo que así constan en el registro oficial del anecdotario de la transgresión”. ¿Es posible seguir la pista de otros enlaces matrimoniales intragénero en el pretérito, dentro de lo que hoy son nuestras fronteras estatales? Mis conocimientos en torno a la diversidad sexual ‘ibérica’ previa al siglo XIX son limitados, pero los profesores Richard Cleminson y Francisco Vázquez señalaron ya en el año 2000[5] que existían investigaciones muy notables sobre lo que hoy llamaríamos/asociamos al homoerotismo en las épocas medieval y moderna, así que me dispuse a buscar. La segunda frase, de Boti García Rodrigo -vocal de la FELGTB-, al respecto de si Elisa fue lesbiana o transexual: “Las mujeres tuvieron que refugiarse en un modelo para poder sobrevivir y disfrazarse de hombre era la única manera de alcanzar el reconocimiento social que demandaban”. ¿En todos los enlaces intragénero del pasado que tenemos por descubrir, sería imprescindible que unx de lxs contrayentes pasase por ser del ‘otro’ género? Es decir, ¿el homodeseo ha necesitado constantemente de la mano de la transición del género -patriarcalmente definido-? Mi búsqueda trae como resultados tres casos, ‘patrios’ y anteriores a las -merecidamente- célebres Elisa y Marcela.

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En este artículo presentaré sólo el primero de ellos, ocurrido unas décadas antes del escándalo de Dumbría. Reyes Carrasco y Huelva nació en 1837 en la onubense Puebla de Guzmán, y su historia, a la que accedo a través de los historiadores Francisco Vázquez García y Andrés Moreno Mengíbar,[6] fue recogida en su día por sus doctores, José Pablo Pérez y Carlos Cherizola, en 1864. Reyes vivió en un momento en que el intersexualismo se concebía como un tipo de moralidad y personalidad particulares, determinadas por la ambigüedad de la morfología sexual. La ‘verdad’ de la constitución genital podía ser médicamente desvelada: es lo que el filósofo Michel Foucault denominó la ‘cacería de la identidad’ delx hermafrodita de la época. Dicha identidad oscilaba entre lo viril y lo afeminado, es decir, que la ‘ambisexualidad’ no era únicamente física, sino que afectaba al carácter y al estilo de vida, de modo que en la literatura médica y psiquiátrica ‘el hermafrodita’ es un antepasado ‘del homosexual’, que hereda gran parte de los rasgos definitorios de su predecesor. Encontramos aquí el primer lazo de la conexión que antes mencionábamos: en el siglo XIX, homosexualidad e intersexualidad se consideraban expresiones de un mismo fenómeno, y es que sodomita y hermafrodita, a lo largo de la historia, se han considerado o no la misma realidad de forma intermitente.

La apariencia física de Reyes se ajustaba, según descripciones de la época, al modelo de ‘marimacho’-que ya existía-: hija de labradores, fémina fuerte y robusta, montaba a caballo, bebía y fumaba, llevaba cabello corto y se sentía más cómoda entre varones. Además, presentaba desde su nacimiento un clítoris de gran tamaño -de ahí su nombre ‘unisex’-, y en su pubertad desarrolló escasas mamas y una menstruación tardía e interrumpida. Atendiendo a estos datos, parece que Reyes sería hoy también consideradx intersexual, pero sería igualmente susceptible de ser categorizada como transgénero: aunque fue criadx como niña, a los doce años pide a  su familia vestir ropa de varón. Se emplea en innumerables trabajos, y mientras laborea en una mina, un compañero, conocedor de que ‘no es un varón’, intenta forzarlx sexualmente , pero resulta asesinado. Reyes huye a la sierra, donde lxs pastorxs, en el contexto romántico de la sierra andaluza de bandidxs y forajidxs, le granjean fama de heroína -mujer- defensora de su honra. Consigue embarcar en un navío hacia Londres, pero la ‘amistad’ que entabla con la esposa del capitán desata los celos del mismo, quien lx cree un galán -hombre- seductor. En consecuencia, es abandonadx en Malta, donde adopta un nuevo nombre masculino. Allí lx toman por soldado desertor y lx envían a Francia. Se conoce que en este nuevo destino mantiene un romance con la hija de lxs dueñxs del hotel donde se hospeda -¿cómo trans, como lesbiana?-. Posteriormente es enviadx a Barcelona, de donde intenta escapar, pero es finalmente detenidx e internadx en prisión por carecer de documentación. Allí ‘confiesa’ su sexo ‘verdadero’ –intersexual- ante los doctores. Liberadx meses después, regresa a Cádiz asumiendo otra nueva identidad -varón-, pero allí es reconocidx y acusadx del asesinato de su violador, afectando su tensa situación a su salud, y muriendo meses después en el hospital.

Es complicado y quizás improductivo, por anacrónico, tratar de aplicar sobre Reyes el entendimiento occidental posmoderno del género y la sexualidad, pero podemos concluir que se trató de una persona cuya identidad y autopercepción estuvieron en constante interacción con sus circunstancias vitales, con sus necesidades, con sus estrategias para hacerles frente, y con las percepciones que de ellx tenían quienes lx rodeaban. Una identidad fluida, estratégica, dialéctica, más allá de dicotomías -¿podríamos llamarla ‘queer’?- . Al igual que Elisa/Mario, transgredió las identidades polarizadas e inmutables mujer/hombre, y ello le concedió, entre otras posibilidades difícilmente accesibles para las mujeres, amar a otra mujer. Sin embargo, al contrario que Elisa/Mario, no logró asentarse en un lugar, tratar de iniciar un proyecto estable de pareja, y conquistar el matrimonio. Pero descubriremos, en mi próximo artículo, que en lo que hoy llamamos España sí existieron al menos dos precursorxs matrimoniales de Elisa y Marcela, y en épocas que sin duda nos sorprenderán.

Salmacis Ávila

Referencias

https://4.bp.blogspot.com/-krzElGvlm-Y/V9E5ee8dHzI/AAAAAAAAEfo/Iy5eMyRYHeMQzcPbMJ_UhYpiYtpZKo9TgCLcB/w1200-h630-p-nu/Elisaymarcela.jpg

http://www.lamarea.com/wp-content/uploads/2014/04/elisamarcela-680×365.jpg

http://bcrw.barnard.edu/wp-content/uploads/2012/03/geertje-mak-cover.jpg

[1]          Platero Méndez , Raquel y Gómez Ceto, Emilio (2007). Herramientas para combatir el bullying homofóbico, Talasa, Madrid, p.53.

[2]          Ramajo García, Bàrbara (2011). Narciso de Gabriel, “Elisa y Marcela. Más allá de los hombres”. En “Anuario de Hojas de Warmi”, nº 16. Consultado en http://revistas.um.es/hojasdewarmi/article/download/156871/137681, a fecha 31/10/2016.

[3] Léase http://www.publico.es/sociedad/marcela-elisa-lesbianas-suicidio-muerte.html?force=1, consultado a fecha 06/11/2016.

[4]          González de Garay Domínguez, Beatriz (noviembre, 2009). Ficción online frente a ficción televisiva en la nueva sociedad digital. Diferencias de representación del lesbianismo entre las series españolas para televisión generalista y las series para Internet. En “Icono 14, Revista de Comunicación, Educación y TIC”, Actas nº A2: I Congreso Internacional Sociedad Digital, ISSN 1697-8293, Madrid. Consultado en https://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=2&ved=0CCwQFjABahUKEwjWtpuhwsnHAhWHwBQKHaXPDbA&url=http%3A%2F%2Feprints.ucm.es%2F9856%2F1%2FSOCIEDAD_DIGITAL.pdf&ei=mCTfVdaKGoeBU6Wft4AL&usg=AFQjCNE6YWg25IgRzzuNT6m73Pi4w6DKhw&cad=rja, a fecha 26/08/2015.

[5]          Cleminson, Richard y Vázquez, Francisco (2000). “Los invisibles”. Hacia una historia de la homosexualidad masculina en España, 1840-2000. En “International Journal of Iberian Studies”, 13, 9, pp.167-181.

[6]          Vázquez García, Francisco y Moreno Mengíbar, Andrés (1997). Sexo y razón. Una genealogía de la moral sexual en España (siglos XVI-XX). Akal, Madrid, pp.212-219.

[1]          Consultada en http://www.publico.es/sociedad/marcela-elisa-matrimonio-lesbianas-gay.html, a fecha 01/11/2016

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